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Coronavirus en el mundo Gianfranco Pasquino. No culpes a la globalización (de propagar la peste) @clarincom
Encerrado en su casa, el notable politólogo analiza la geopolítica del virus que azota Italia, se desparrama por Estados Unidos y está en nuestro país. El sistema global no es el culpable directo, sostiene el profesor.
La globalización no es la causa del coronavirus. En el peor de los casos, la globalización puede ser considerada un factor facilitador en la propagación del virus. A la espera de una respuesta satisfactoria por parte de los académicos, la responsabilidad de la aparición del virus recae en un conjunto de elementos que denomino “condiciones de vida, de trabajo y del medio ambiente”. Aunque el coronavirus no pueda ser definido, como lo hace brutalmente el presidente Trump, como el “virus chino”, tampoco se puede negar que en muchos lugares de China hay condiciones demasiado favorables para la aparición de enfermedades epidémicas. Quizás nunca lo sabremos, y esto ya es un gran inconveniente, pero la existencia del virus parece haber sido reportada al menos un mes antes de que las autoridades políticas chinas lo dieran a conocer. La información fue suprimida, el fenómeno negado. Esto es lo que hacen, lo que pueden hacer, los regímenes totalitarios. Ya hace décadas que el economista indio Amartya Sen señaló que donde no hay libertad de información, la respuesta –ante ante una hambruna, por ejemplo–, es más difícil, fragmentada, lenta y sobre todo evita que se tomen las medidas adecuadas. El resto, por supuesto, tiene que ver con la calidad del liderazgo político, con su credibilidad, la disposición a aceptar las recomendaciones de los expertos, en este caso, médicos e investigadores, e implementarlas. ¿Podría argumentarse, entonces, que en la fase de implementación el poder totalitario es más efectivo que el poder democrático para resolver la crisis? Puede ser. En China el virus ha sido prácticamente derrotado, como afirman las autoridades, pero nadie puede asegurarlo ni verificar la información de las autoridades. Nadie tiene los números necesarios para evaluar cuáles han sido los costos en vidas humanas de las dramáticas demoras iniciales, y los absolutos. Hoy China trata de recuperar credibilidad al otorgar una enorme ayuda a Italia, que, al menos en Occidente, es el país más afectado.
¿Por qué exactamente Italia? La respuesta más simple gira en torno a dos elementos. En primer lugar Italia tiene relaciones intensas con China, especialmente económicas. En segundo lugar, los portadores del virus que se contagiaron en China regresaron a zonas altamente pobladas y económicamente avanzadas de Italia (Lombardía sobre todo, luego Véneto y Emilia-Romaña), por lo que la propagación y el contagio se ha desarrollado muy rápidamente. Las autoridades políticas regionales y nacionales respondieron en la medida de lo posible y conocible. No hay evidencia de que hayan minimizado el peligro ni de que hayan suprimido la información que, en verdad, ha circulado ampliamente y libremente (en todo caso, las críticas deben dirigirse a los periódicos y periodistas de derecha que negaron la emergencia), y nunca han caído en exceso del alarmismo. Sin embargo, empezando por las fluctuaciones y manipulaciones reprobables de Trump y la subestimación cínica del primer ministro Boris Johnson –comportamientos criticados por los medios masivos–, la respuesta de las autoridades ha sido sin duda inadecuada. También se habló de inadecuación en la respuesta de la Unión Europea. La acusación contiene solo una parte de verdad. Desde lo económico, la UE está interviniendo para apoyar a los países afectados por el coronavirus, incluso anticipando cambios importantes en lo que concierne a toda su política económica. Por otro lado, los poderes en materia sanitaria no están en manos de la Comisión Europea, sino de los Estados miembro que, tal vez, aprenderán para el futuro, pero que ahora son responsables de no haber elaborado una respuesta compartida.
Nuevamente el problema de quién decide y cómo. La lección es: una autoridad política supranacional responde más efectivamente frente a una pandemia. Y es correcto preguntarnos sobre la democracia, hoy y mañana. Hasta ahora, los jefes de gobierno, con mayor o menor celeridad, han tomado sus decisiones sin ser “obstaculizados” por sus respectivos parlamentos y ni siquiera por las oposiciones, ninguna de las cuales ha podido ofrecer soluciones técnicas y políticas diferentes y potencialmente mejores que las de sus respectivos gobiernos. Noté una gran disponibilidad y receptividad de los gobiernos a las opiniones de técnicos, expertos y científicos. Sin embargo, no creo que haya surgido el riesgo de un futuro gobierno de tecnócratas. Me preocupan, en cambio, algunas medidas tomadas por los gobiernos, en particular las relacionadas con la restricción de la libertad personal: la invitación a quedarse en casa y las sanciones para quienes no cumplan esta invitación sin razones válidas. Aprenderemos, tal vez, y no solo por lo que concierne a la salud, que la libertad de cada uno de nosotros encuentra, o más bien debe encontrar (y aceptar) como límite insuperable el de la libertad y la salud de los demás. ¿Aprenderemos también que en emergencias, pero quizás en muchas otras circunstancias, la confianza interpersonal es un recurso crucial para la democracia y para una vida mejor?
Después del coronavirus no vamos a ser necesariamente mejores que ahora, si no aprendemos otra lección clara: todos estamos en el mismo barco de la globalización y nuestra vida depende, en un sentido amplio, de la calidad del medio ambiente y las modalidades (debería decir modalidades capitalistas, pero no quiero excluir a China, régimen totalitario de capitalismo de estado) del desarrollo. Al golpear a todos indiscriminadamente, una pandemia también puede reducir las desigualdades, como argumentó Walter Scheidel en un gran libro: El gran nivelador. La violencia y la historia de la desigualdad desde la era de Piedra hasta el siglo XXI. Si este es el caso, no sé en qué medida la satisfacción del resultado nos hará olvidar el dolor del precio que pagamos.
27/03/2020 Clarín.com Revista Ñ Ideas
Traducción: Andrés Kusminsky. ©Gianfranco Pasquino, autor del libro Bobbio y Sartori. Entender y cambiar la política (2019), próximamente traducido por Eudeba.
Rileggete Huntington. Segnalò rischi reali @La_Lettura #vivalaLettura
A circa un quarto di secolo dalla sua pubblicazione qual è la validità della tesi di Samuel P. Huntington contenuta nel libro The Clash of Civilizations and the Remaking of World Order (1996, trad. it. Lo scontro delle civiltà e il nuovo ordine mondiale, Garzanti 1997)? Per rispondere correttamente bisogna preliminarmente chiarire qual’era effettivamente la tesi del grande politologo di Harvard scomparso ottantunenne nel 2018. Infatti, la maggior parte dei molti, spesso faziosi, critici di Huntington sembra essersi fermata alla prima parte del titolo e non avere mai letto la seconda. Per di più, molti di loro hanno fatto di Huntington una specie di sostenitore e cantore della necessità dello scontro fra le civiltà, non solo inevitabile, ma addirittura auspicabile. Al contrario, Huntington intendeva mettere in rilievo gli elementi e gli sviluppi che sembravano portare a un possibile scontro fra le civiltà proprio affinché i policy makers, con i quali aveva avuto frequenti e controversi rapporti nella sua attività accademica e di consulente, ne fossero consapevoli e approntassero opportuni rimedi. Come per l’altrettanto giustamente famoso libro del suo allievo Francis Fukuyama, La fine della storia e l’ultimo uomo (1991, trad. it. 1992), ugualmente letto male e peggio interpretato, è il crollo del muro di Berlino e del comunismo a stare a fondamento dell’interrogativo/obiettivo che si pone Huntington. La ricostruzione di un ordine mondiale sarebbe stata resa più facile dalla fine dello “scontro” fra le liberal-democrazie contro i comunismi realizzati e dalla vittoria delle prime? “Il futuro non sarà più dedito ai grandi, vivificanti scontri di ideologie, ma piuttosto a risolvere concreti problemi economici e tecnici”, che è la sintesi del libro di Fukuyama proposta da Huntington (p. 29), oppure altro si affacciava all’orizzonte e le sue premesse erano già visibili a chi disponeva di adeguati strumenti conoscitivi?
Il contenuto del libro di Huntington richiede ai lettori, ai critici, agli “interpreti” la capacità di combinare elementi di cultura politica in senso lato (cultura è una traduzione migliore di “civiltà”) con conoscenze di relazioni internazionali. Non può stupire che la recensione del libro di Huntington pubblicata sulla prestigiosa “American Political Science Review” (16 mila abbonati in tutto il mondo) fu affidata a un prestigioso studioso di Relazioni Internazionali , Richard Rosecrance. Infatti, Huntington non è interessato alle “civiltà” (o culture politiche) in quanto tali, ma al loro impatto sulla (ri)costruzione di un ordine mondiale. “Finita la storia” della Guerra Fredda durante la quale l’ordine mondiale, seppure con molte anche sanguinose slabbrature, era stato mantenuto dal bipolarismo USA/URSS, in che modo e da chi e che cosa sarebbe emerso un nuovo ordine mondiale? È in atto un’intensa discussione sull’esistenza durante la Guerra Fredda, di un ordine politico internazionale liberale fatto da istituzioni come il Fondo Monetario Internazionale, la Banca mondiale, le Nazioni Unite, con regole e procedure comunque rispettate fino a tempi recenti, ma che il presunto, reale, relativo declino degli USA non riuscirebbe più a garantire.
Le distinzioni che contavano negli anni Novanta non erano già più quelle su basi ideologiche, ma, per l’appunto culturali. Le liberaldemocrazie potevano anche avere vinto la Guerra Fredda, ma nel frattempo avevano fatto la loro comparsa i fondamentalismi e nella visione di Huntington alcune grandi religioni stavano a fondamento delle civiltà che prendevano coscienza delle loro peculiari identità per organizzarsi. Intese come “ampie entità culturali”, secondo Huntington esistono nel mondo contemporaneo sette civiltà (l’ordine è mio): occidentale, latino-americana, giapponese, indù, islamica, cinese (confuciana), africana. Molti critici si sono esercitati a smentire l’esistenza delle “civiltà” come definite da Huntington e, comunque, a negarne l’unitarietà, preferendo sottolinearne le differenziazioni interne. Huntington non nega le possibili differenze, ma il suo punto è che, a ogni buon conto, le differenze fra le civiltà sono molto più grandi e più rilevanti delle differenze all’interno delle stesse civiltà. A proposito dei critici (ai quali la più brillante risposta è contenuta nel densissimo articolo di Francesco Tuccari, “il Mulino”, n. 3/2015, pp. 588-594), è interessante notare che sostanzialmente ciascuno di loro è uno specialista, conoscitore di una civiltà, come i francesi studiosi dell’Islam, come Amartya Sen e la sua India, come l’orientalista di origine palestinese Edward Said, come alcuni intellettuali latino-americani, e le loro obiezioni sono tutte particolaristiche. Praticamente nessuno guarda, come direbbero gli anglosassoni, alla “big picture”.
Le critiche più severe, qualche volta addirittura violente, riguardarono il trattamento, certamente tutt’altro che ossequioso, che Huntington fa dell’Islam e della sua civiltà. Due furono le obiezioni rivoltegli. Primo, l’Islam non è monolitico; secondo, lo scontro di civiltà è talvolta interno proprio ai paesi islamici. Sono entrambe obiezioni malposte poiché Huntington riconosce le differenziazioni all’interno di tutte le civiltà e la possibilità di scontri. Nel caso del mondo islamico la mancanza più preoccupante è quella di una potenza egemonica (core) in grado di imporre l’ordine e di diventare guida. I tentativi di Al Quaeda e dell’Isis sembrano falliti così come le primavere arabe. Nel mondo islamico stanno tutti i fattori di rischio per la costruzione e stabilizzazione di un ordine mondiale, in particolare, le guerre civili in Siria, Libia, Yemen. Né si vede come, nella latitanza egoistica della leadership autoritaria, compromessa e corrotta dell’Arabia Saudita, possa fare la sua comparsa una potenza egemone riconosciuta e accettata come tale.
Da qualche tempo, ha fatto la sua comparsa, inquietante, ma inevitabile, per ragioni territoriali, demografiche, di coesione intorno al confucianesimo e grazie alla possente guida del Partito Unico, la Cina Comunista. Ha potenzialità enormi e persino la pazienza di attendere che maturino le condizioni per una sua espansione comunque già in atto. In maniera premonitrice, poiché da un’analisi solida conseguono previsioni non campate in aria, Huntington scrisse che “gli scontri più pericolosi del futuro nasceranno probabilmente dall’interazione tra l’arroganza occidentale, l’intolleranza islamica e l’intraprendenza sinica” (cinese, p. 265). Quegli scontri, surrogati da episodi violenti di vario genere, sono tuttora un’eventualità, mentre il nuovo ordine mondiale è molto di là da venire.
Pubblicato il
Albert Hirschman scienziato sociale
A C C A D E M I A N A Z I O N A L E D E I L I N C E I
CLASSE DI SCIENZE MORALI, STORICHE E FILOLOGICHE
IN COLLABORAZIONE CON L’ASSOCIAZIONE ECONOMIA CIVILE
Convegno
ALBERT HIRSCHMAN SCIENZIATO SOCIALE
MARTEDÌ 6 MAGGIO 2014
PROGRAMMA – INVITO
ore 16.00 Saluto del Presidente della Classe Alberto QUADRIO CURZIO
Introduce e coordina Alessandro RONCAGLIA
Amartya SEN, Albert Hirschman as economist
INTERVALLO
Gianfranco PASQUINO, Albert Hirschman politologo
Carlo TRIGILIA, Albert Hirschman sociologo
Discussione generale e conclusioni
COMITATO ORDINATORE
ARNALDO BAGNASCO, MARCELLA CORSI, ALBERTO QUADRIO CURZIO, ALESSANDRO RONCAGLIA
ROMA – PALAZZO CORSINI – VIA DELLA LUNGARA, 10