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Gianfranco Pasquino: “No hay una nueva derecha, más bien hay una derecha eterna” #entrevista #ElPaisDigital @ElPaisDigitalOK

Martín Astarita dialogó con el politólogo italiano Gianfranco Pasquino

Nada mejor que presentar a Gianfranco Pasquino como él mismo, ante nuestro pedido, elige hacerlo. Es el preludio de una rica charla en la que se referirá al actual estado de la democracia en el mundo y sus desafíos, las razones de la emergencia de liderazgos de derecha como Trump y Bolsonaro, y la creciente disputa entre Estados Unidos y China y sus repercusiones en América Latina, entre otros temas.

Recurre a la tercera persona como si, con distancia, pudiese trazar una descripción más precisa y fiel de sí mismo.

Es profesor emérito de Ciencia Política en la Universidad de Bolonia. Fue discípulo de Norberto Bobbio en Turín y discípulo de Giovanni Sartori en Florencia. Ha escrito algunos libros interesantes, el más reciente publicado en Argentina es Bobbio y Sartori: comprender y cambiar la política. Fue co-editor del Diccionario de Política que parece que todos en América Latina conocen”.

Y completa su perfil: “Gianfranco Pasquino es una persona que piensa que la política es importante. No solo conocer la política, sino también hacer la política. Pasquino fue senador de la República Italiana del 1983 hasta 1992, y luego, de 1994 a 1996. Es un hombre con conocimientos, un hombre…fiable”.

Con esta presentación, aprovecho para preguntarle sobre cuáles son las razones por las cuales en Italia hay una rica tradición de cientistas políticos. 

No sé exactamente por qué. Es verdad que todos conocemos a Maquiavelo, a Mosca, a Sartori, a Gramsci. Probablemente porque la política italiana es interesante. En general, la política produce problemas y tiene también algunas soluciones. Hay muchos que estudian la política, porque es importante y puede cambiar la vida.

Maquiavelo fue un hombre decisivo para la ciencia política. Creo que es necesario estudiar a Maquiavelo. Sería necesario que los que viven en los países como Afganistán, como Irán, como Arabia Saudita, estudien a Maquiavelo, porque es el teórico de la separación entre la política y la moral y la religión. Y si usted no separa la política de la moral y de la religión, es imposible tener una democracia.

Es inevitable preguntarle por esa relación en Italia, que ha sido intensa. 

Sí, pero la religión, es decir, la religión católica, fue importante porque se produjo un partido político, la Democracia Cristiana, pero la Democracia Cristiana nunca fue solamente un partido religioso. Tenía una verdadera autonomía del Vaticano y del Papa. Fue un partido con componentes religiosos, pero con gran autonomía por parte de los políticos.

Hemos tenido la fortuna de que el líder de la Democracia Cristiana de 1945 hasta 1953 fue Alcide De Gasperi, un católico moderno del norte de Italia, que supo resistir las presiones del Vaticano.

Hoy la religión juega un papel marginal en Italia. No es tan importante. Es más importante en otros países, por ejemplo, en España. Y es importante en países donde no existe la separación entre religión y poder político.

Cambiando de tema. Pareciera entreverse el fin de la pandemia. ¿Qué balance hace sobre cómo la democracia enfrentó el desafío del coronavirus?

Creo que el fin de la pandemia no se acerca, hay muchas dudas de que podamos terminar con la pandemia.

En relación con su pregunta, habría que marcar una diferencia entre lo que llamamos democracia ideal (en el plano del deber ser, y todos tenemos una visión de lo que debería ser la democracia), y las democracias reales, las que existen realmente en el mundo, que son aproximadamente unas 90 (más o menos). Es un número muy optimista, pero lo cierto es que hay muchas democracias reales que funcionan relativamente bien.

En muchas democracias reales existen problemas de funcionamiento, porque el mundo cambia, los electores modifican sus preferencias, los partidos ganan y pierden elecciones; y problemas más estructurales, tanto en sistemas presidencialistas como en sistemas parlamentarios. Pero, aceptar que existen ambos tipos de problemas, estructurales y coyunturales, no significa que las democracias no pueden funcionar. En mi opinión, por el contrario, son muchas las democracias que funcionan y lo hacen bastante bien.

Y la pandemia, ¿Cómo afectó estos problemas?

La pandemia no ha producido nuevos problemas. Lo que hizo en todo caso fue agravar algunos problemas ya existentes. Bolsonaro, líder populista, existía antes de la pandemia y puede llegar a perder ahora. Pero no es el producto de la pandemia, es un producto del poder de cambio de millones de votos de los electores. 

Las democracias que funcionaban bien antes de esta pandemia han funcionado bien durante la pandemia y va a continuar funcionando bien. La pandemia ha sido un papel de tornasol.

Uno de los graves problemas, sobre todo en América Latina, es la desigualdad. ¿Qué piensa de esta relación entre democracia y desigualdad?

Desde ese punto de vista también, por lo menos en América Latina, mirando la película, lo que hizo la pandemia es agravar un problema que, como dice usted, ya venía de antes, es un problema de arrastre histórico. Tal vez la pandemia lo puso de relieve con mayor significancia.

Ahora bien, existen muchas igualdades y tampoco existe una desigualdad si no muchas desigualdades.

Usted habla de desigualdad económica, pero la democracia nunca ha prometido reducir o eliminar la desigualdad económica. La democracia promete una sola igualdad: la igualdad ante la ley, la igualdad frente la justicia. Y después la democracia no promete, pero permite la competencia entre hombres y mujeres y permite la creación de igualdades de oportunidades.

Es verdad que aquí hay un problema de desigualdad económica. Pero no es un problema de las democracias. Es un problema de todos los sistemas políticos. Hay desigualdades económicas enormes, monumentales, en los regímenes autoritarios y en los regímenes totalitarios, y también en los teocráticos, como por ejemplo Irán. Entonces no es correcto decir que la democracia produce desigualdades económicas. Hay democracias con desigualdades económicas y otras igualitarias, cómo por ejemplo, los países del norte de Europa.

Pero usted tiene razón. La desigualdad económica de hoy es mayor a la de hace veinte años. Debemos discutir por qué, debemos discutir y analizar sus consecuencias.

Hacia ahí va dirigida mi pregunta. Por un lado, por los efectos de la desigualdad económica en la legitimidad de la democracia. Por otro lado, ¿qué herramientas tiene la democracia para combatirla?

La desigualdad económica tiene raíces históricas y tiene raíces también en el tipo de política del país ¿Debemos reducir las desigualdades económicas? Creo que no. Lo que debemos hacer es reducir el número de pobres, creando igualdad de oportunidades. El problema no son los ricos. En todo caso, el problema es cuando los ricos utilizan el dinero, el poder económico, para ganar poder político. Eso sí es un verdadero problema de la desigualdad. No debemos controlar la cantidad de dinero y el número de ricos. Lo que sí debemos controlar son los comportamientos de los ricos.

Usted mencionó a Bolsonaro, a Trump. ¿Cuáles son los factores para la emergencia de estos líderes de derecha? 

Hay factores estructurales en los Estados Unidos. Uno de ellos es el racismo, una parte de la opinión pública cree que los hombres de color, la minoría afroamericana, no deben tener los mismos derechos, las mismas oportunidades, que el resto. Es un factor estructural y muy importante: todos los estados del sur de los Estados Unidos son gobernados por los republicanos, hombres blancos!

Segundo elemento. En la elección del 2016, hubo un factor extraordinario: el candidato presidencial demócrata fue una mujer, y un porcentaje no menor de electores no ha votado necesariamente por Trump sino que votó contra la candidata demócrata por su condición de mujer, ambiciosa y “fuerte”: un desafío político, social, cultural al poder de los hombres y de las mujeres conservadoras.

Tercero, hay un problema de la libertad del voto, lo que ellos llaman supresión del voto. Hay muchas técnicas que se utilizan para limitar, restringir el derecho al voto en los Estados Unidos. Es muy difícil votar y más cuando un Estado es controlado por los republicanos (Texas, Florida). Y finalmente, está el problema del colegio electoral y el federalismo, que posibilita que el candidato más votado (como Hillary Clinton) no necesariamente sea el elegido. En definitiva, hay una serie de distorsiones en la traducción de los votos en el resultado electoral.

Esos son factores específicos de Estados Unidos. Pero también aparece Bolsonaro en la escena. En la Argentina hay liderazgos incipientes de ese tipo, y algunos lo califican como nueva derecha, derecha alternativa. 

Ideológicamente, yo contesto que no hay una nueva derecha, más bien hay una derecha eterna. Es decir, la derecha extrema siempre combina elementos de autoritarismo, de racismo, de machismo y de fascismo.

Hay otros pequeños elementos que pueden ser interesantes. Estos líderes son populistas. Pero el populismo no es algo nuevo; el populismo es el producto de factores históricos y aparece cuando los partidos son débiles. Si hay partidos organizados, estructuras sólidas, si hay participación política de hombres y mujeres de manera constante, el populismo no llega a ser muy importante.

Eliminar el populismo del todo es imposible. Siempre hay populismo porque democracia es poder del pueblo y no podemos eliminar el pueblo. Si eliminamos el pueblo, eliminamos la democracia, no solamente el populismo.

Entonces es verdad que el populismo es muy visible. No puedo decir que es más importante que en el pasado, porque el populismo ha ganado solamente en Brasil y en los Estados Unidos. Es un error pensar que el populismo ha ganado en Hungría: Orbán ha ganado el poder político como líder de un partido y después tiene comportamientos populistas. Entonces, en Europa prácticamente el populismo no ha ganado.

A Salvini tampoco lo considera populista…

Salvini no es necesaria y totalmente populista. Su fuerza representa una parte del país, al norte y ha logrado obtener el consenso de otras regiones. Es un líder de partido con capacidades políticas. Pero no es un populista. Hay un intento de jugar la carta populista, pero no es completamente populista. Y la líder de la derecha, Giorgia Meloni, no es populista, es una líder tradicional de la derecha nacionalista italiana.

Una breve digresión. Acá en la Argentina, hay una tendencia recurrente a usar el término nueva derecha. 

No, yo no creo que existe la nueva derecha, existe la derecha, que es como he dicho, una derecha extrema, con nuevas herramientas, es decir, las redes sociales, los elementos tecnológicos de la comunicación. Pero la derecha tiene más o menos los mismos valores, los mismos ideales, los mismos principios que en los años 30 y 40 de Europa y de América Latina. No, no veo nada de nuevo. Debemos buscar en otros lugares si queremos encontrar lo nuevo.

¿Cómo ve la relación Estados Unidos-China? 

Hay competencia. Los chinos tienen una ventaja enorme que es la población. Otra ventaja es que hay mucha disciplina. Podemos decir (yo no creo que sea así) que el totalitarismo produce disciplina. Hay un partido comunista muy fuerte. El país chino tiene un margen de crecimiento importante aun si los Estados Unidos son más ricos y tienen tecnología más avanzada que China.

Hay competencia y es inevitable. Es una competencia que se traduce en comportamientos. Los Estados Unidos tienen aliados: los europeos, muchos latinoamericanos. China intenta obtener aliados, intenta crear conexiones, pero en este momento no tiene bastante poder para que sus coaliciones prosperen. Lo que hace es utilizar el poder económico con la ruta de la seda, con inversiones en muchos países.

En definitiva, la competencia es inevitable, pero yo creo que un régimen totalitario no puede ganar, porque hay tensiones al interior y al exterior también. Por ejemplo, en las relaciones con Hong Kong, con Corea del Sur, con Japón, con lo cual se le hace difícil tener aliados.

¿Usted no comparte la idea de que en los últimos años se acortaron las distancias que tenía China respecto de Estados Unidos? Hay quienes ven que China sale mejor parado de esta pandemia.

No, no es verdad. Ante todo, China es responsable de la pandemia, porque es un régimen totalitario que ha impedido buscar rápidamente las causas de la pandemia. Los regímenes totalitarios, y los autoritarios también, no permiten transparencia. Entonces debemos continuar preguntando a China lo que ha ocurrido en Wuhan.

Además, hemos visto que la pandemia ha reaparecido en China, entonces el problema no fue resuelto. No conocemos los datos, no conocemos la realidad de lo que ocurre en China. Creo que otros países han reaccionado mejor que China, por ejemplo, democrática- y transparentemente, Corea del Sur y Taiwán.

En Italia se ha discutido mucho por su incorporación a la Ruta de la Seda. Pensando en ese ejemplo para América Latina, ¿cómo piensa que influye la competencia Estados Unidos-China en la región? ¿Puede haber mayor autonomía para países como la Argentina, fruto de esta rivalidad? 

Yo suelo poner el ejemplo de Dinamarca, un país pequeño, que no tiene muchas materias primas. Entonces podría ser un país irrelevante.

Pero el punto es que Dinamarca tiene una democracia que funciona muy bien. Dinamarca nos permite decir que todos los países que tienen un sistema jurídico que funciona bien, que tienen una democracia con el consenso de los electores, en el cual los ciudadanos se comportan en forma disciplinada, respetan a los otros, respetan las reglas, todo eso, en definitiva, sirve para mantener la autonomía.

Entonces, los países latinoamericanos que tienen un sistema político que funciona bien, pueden negociar con China. El mensaje es que la autonomía política es el producto de un sistema político que funciona adecuadamente. Si nuestras democracias funcionan bien, ustedes no tienen nada que temer en negociar con China. China puede forzar, puede influir sobre los comportamientos de algunos grupos cuando no hay consenso en el sistema político nacional. Entonces, si ustedes producen consenso, si hay partidos que tienen competencia, que ganan y que pierden las elecciones, que aceptan el resultado de las elecciones, no hay problema. La democracia vive y garantiza derechos, oportunidades, libertad. Amen.

1 de Septiembre de 2021 El País digital

Desafortunadamente no hay estabilidad política en A. Latina: Pasquino @ElNuevoSiglo

GIANFRANCO PASQUINO, referente mundial en Ciencia Política y quien fue el invitado principal a la Semana del Politólogo organizada por la Universidad San Buenaventura, sede Bogotá, habló en exclusiva con EL NUEVO SIGLO sobre el futuro político de la región y sus percepciones sobre los procesos electorales del continente.

EL NUEVO SIGLO: ¿Cuál es su opinión de la polarización política en América Latina y cómo podría afectar la estabilidad regional?

GIANFRANCO PASQUINO: Desafortunadamente no hay una estabilidad política regional en América Latina. Siguen siendo indispensables las elecciones libres y respetuosas, especialmente con las oposiciones. Los problemas de los latinoamericanos tienen soluciones que independiente y solamente de manera autónoma los gobiernos de cada país pueden resolver. Mi opinión, que puedo defender con fuerza y con muchas razones, experiencias y libros, es que los populistas siempre seguirán siendo el problema y nunca serán la solución.

El continente siempre se ha visto desbordado de personalismos a través del presidencialismo, donde se premia a la persona y sus ideas, y no al partido, sea de izquierda o de derecha.

Indiscutiblemente, la región deberá afrontar el tema de la situación de inestabilidad política de Venezuela, que es un factor de crisis de inmenso impacto, asimismo deberá procurar instar al restablecimiento de la democracia a través del fortalecimiento de los partidos políticos y de garantías electorales, sin embargo, todo está por verse.

En conclusión, el panorama político de América Latina no se puede pintar como una marea roja o azul, su futuro y estabilidad dependerá de la capacidad de los dirigentes que lo regentan.

ENS: ¿Cómo ve el proceso electoral venezolano y la continuidad de Nicolás Maduro del poder?

GP: Maduro tiene que irse, así de claro y contundente.

El proceso electoral venezolano ha sido manipulado. La oposición debe intentar construir una fase de transición con procedimientos democráticos e incluyentes. Venezuela por historia, pese al chavismo, siempre ha sido un país democrático y llegó el momento de revitalizar sus tradiciones democráticas y participativas.

Hoy está nación es un caso muy triste, pero no perdido. Sigo creyendo y apostando por una transición de gobierno por las buenas y un cambio que permita reestablecer la democracia.

Solo el destino nos dirá qué deparan las “elecciones” y si el régimen de Nicolás Maduro llega a su final, ojalá por medio de la negociación y no por la fuerza.

Por lo pronto, considero que Estados Unidos seguirá generando presión hasta lograr que Maduro salga, seguramente por medio de sanciones económicas, pero el discurso cambiará y se volcará hacía un nivel más diplomático, que buscará el restablecimiento de la democracia sin entrar en amenazas bélicas.

ENS: ¿Cuál es su opinión sobre el proceso constitucional en Chile?

GP: Chile también tiene una larga tradición democrática. En esta nación existe una amplia ciudadanía democrática y una mayoría de políticos que saben distinguir y diferencial entre una democracia y un régimen autoritario. En 1988, en otro plebiscito, y en el 1989, cuando se realizaron las elecciones presidenciales, yo fui observador parlamentario en este país. Hoy con mucha alegría veo que ha vuelvo la democracia a la nación austral.

El proceso constitución que recién vivió fue un paso tremendamente importante, el plebiscito fue una decisión en contra de elementos poco democráticos de la constitución antigua, que abre el camino a una nueva ola de democratización. Esperemos que la asamblea logre manifestar claramente las reglas para la construcción de una nueva sociedad, más incluyente y más equitativa.

Finalmente, estoy convencido que los chilenos van escribir una excelente constitución y a mejorar el funcionamiento de la democracia.

ENS: ¿Cuáles podrían ser los efectos en la política exterior de Estados Unidos la elección de Joe Biden?

GP: Biden va a ser un presidente muy equilibrado que sabe cómo negociar sin enfrentarse con China, sin mostrarse débil con Rusia, sin hacer interferencia en la política de los países latinoamericanos, pero, con la convicción que por encima de todo y de cualquier interés, defenderá los Derechos Humanos e individuales. Biden intentará, además, reconstruir un orden internacional liberal con mucha atención al medioambiente y a los acuerdos de Paris. En esto se concentrará para desarrollar sus principales acciones en política exterior, por lo menos al inicio de su gobierno.

En cuanto a Rusia, Biden tendrá que lidiar con una relación histórica y tradicionalmente tensa, pues la nación de Putin sigue siendo fuerte y determinante en la geopolítica europea y seguirá incidiendo fuertemente sobre esta región, poniendo quizá en riesgo, sino se maneja bien, los intereses de los Estados Unidos en esta parte del hemisferio.

De otra parte, con China, Biden no se va a desgastar manteniendo un conflicto o guerra comercial. El gigante asiático tiene otros intereses, particularmente en África o América Latina como zonas de influencia comercial. Puede que regresen a China los aíres tensos o belicosos, pero sobre su esfera de influencia geopolítica cercana, no como para pensar una guerra con Estados Unidos.

ENS: ¿Y cuáles podrían ser las consecuencias para América Latina?

GP: Consecuencias buenas, positivas, pero no automáticas. Los gobernantes de los países de América Latina deben explotar la oportunidad de la presidencia Biden para establecer relaciones económicas, culturales y políticas que contribuyan al desarrollo.

Estados Unidos tiene muchos problemas internos, así que esa será su prioridad, tratar de unificar, de generar consenso, de disminuir la xenofobia, el racismo. En otras palabras, Latinoamérica no es su prioridad, tiene otra agenda geopolítica a la cual darle mayor importancia. Esto podría convertirse en una ventaja comparativa para el devenir de los pueblos de la región.

ENS: ¿Qué lecciones pueden sacarse de la gestión del covid-19 en Europa?

GP: Las cifras siguen en un aumento, lo cual evidencia que los italianos algo estamos haciendo muy mal. En otras palabras, no somos ejemplo a seguir, por lo menos en términos de manejo de la pandemia.

Actualmente los casos diarios de Covid–19 sobrepasan los 30 mil positivos y se registran cada 24 horas no menos de 300 muertes. Hemos superado el millón de contagios desde que inició la mortal pandemia. Hoy el número total de fallecidos por el letal virus ya ronda los 42 mil.

Por lo tanto, la principal lección es que el covid-19 existe, no es un simple resfriado y nos está matando.

Es una pandemia que va a perdurar en el tiempo y que será mortal para muchas personas y en muchas latitudes. Ahora es cuando más necesitamos respetar las reglas y no bajar la guardia. En Italia, y lo digo con vergüenza, no creímos en el impacto de este virus y hoy enfrentamos las consecuencias.

La pandemia en resumen es un test de inteligencia y de sentido cívico que nos probará una y otra vez. No será un paréntesis y va a durar mucho tiempo, producirá muchas desigualdades por muchos años y debemos afrontarla de manera multilateral. Para esto se requiere del esfuerzo de todos para derrotarla. En el caso puntual de la Unión Europea, hay un poco más de experiencia y recursos; pero en América Latina, al contrario, se requieren mayores esfuerzos pues de lo contrario se dispararán, entre otros, los índices de pobreza y miseria en la región.

Bogotá Noviembre 14, 2020 El Nuevo Siglo

Coronavirus en el mundo Gianfranco Pasquino. No culpes a la globalización (de propagar la peste) @clarincom

Encerrado en su casa, el notable politólogo analiza la geopolítica del virus que azota Italia, se desparrama por Estados Unidos y está en nuestro país. El sistema global no es el culpable directo, sostiene el profesor.

La globalización no es la causa del coronavirus. En el peor de los casos, la globalización puede ser considerada un factor facilitador en la propagación del virus. A la espera de una respuesta satisfactoria por parte de los académicos, la responsabilidad de la aparición del virus recae en un conjunto de elementos que denomino “condiciones de vida, de trabajo y del medio ambiente”. Aunque el coronavirus no pueda ser definido, como lo hace brutalmente el presidente Trump, como el “virus chino”, tampoco se puede negar que en muchos lugares de China hay condiciones demasiado favorables para la aparición de enfermedades epidémicas. Quizás nunca lo sabremos, y esto ya es un gran inconveniente, pero la existencia del virus parece haber sido reportada al menos un mes antes de que las autoridades políticas chinas lo dieran a conocer. La información fue suprimida, el fenómeno negado. Esto es lo que hacen, lo que pueden hacer, los regímenes totalitarios. Ya hace décadas que el economista indio Amartya Sen señaló que donde no hay libertad de información, la respuesta –ante ante una hambruna, por ejemplo–, es más difícil, fragmentada, lenta y sobre todo evita que se tomen las medidas adecuadas. El resto, por supuesto, tiene que ver con la calidad del liderazgo político, con su credibilidad, la disposición a aceptar las recomendaciones de los expertos, en este caso, médicos e investigadores, e implementarlas. ¿Podría argumentarse, entonces, que en la fase de implementación el poder totalitario es más efectivo que el poder democrático para resolver la crisis? Puede ser. En China el virus ha sido prácticamente derrotado, como afirman las autoridades, pero nadie puede asegurarlo ni verificar la información de las autoridades. Nadie tiene los números necesarios para evaluar cuáles han sido los costos en vidas humanas de las dramáticas demoras iniciales, y los absolutos. Hoy China trata de recuperar credibilidad al otorgar una enorme ayuda a Italia, que, al menos en Occidente, es el país más afectado.

Gianfranco Pasquino en Buenos Aires, 27 de septiembre de 2019. Foto: Juano Tesone

¿Por qué exactamente Italia? La respuesta más simple gira en torno a dos elementos. En primer lugar Italia tiene relaciones intensas con China, especialmente económicas. En segundo lugar, los portadores del virus que se contagiaron en China regresaron a zonas altamente pobladas y económicamente avanzadas de Italia (Lombardía sobre todo, luego Véneto y Emilia-Romaña), por lo que la propagación y el contagio se ha desarrollado muy rápidamente. Las autoridades políticas regionales y nacionales respondieron en la medida de lo posible y conocible. No hay evidencia de que hayan minimizado el peligro ni de que hayan suprimido la información que, en verdad, ha circulado ampliamente y libremente (en todo caso, las críticas deben dirigirse a los periódicos y periodistas de derecha que negaron la emergencia), y nunca han caído en exceso del alarmismo. Sin embargo, empezando por las fluctuaciones y manipulaciones reprobables de Trump y la subestimación cínica del primer ministro Boris Johnson –comportamientos criticados por los medios masivos–, la respuesta de las autoridades ha sido sin duda inadecuada. También se habló de inadecuación en la respuesta de la Unión Europea. La acusación contiene solo una parte de verdad. Desde lo económico, la UE está interviniendo para apoyar a los países afectados por el coronavirus, incluso anticipando cambios importantes en lo que concierne a toda su política económica. Por otro lado, los poderes en materia sanitaria no están en manos de la Comisión Europea, sino de los Estados miembro que, tal vez, aprenderán para el futuro, pero que ahora son responsables de no haber elaborado una respuesta compartida.

Nuevamente el problema de quién decide y cómo. La lección es: una autoridad política supranacional responde más efectivamente frente a una pandemia. Y es correcto preguntarnos sobre la democracia, hoy y mañana. Hasta ahora, los jefes de gobierno, con mayor o menor celeridad, han tomado sus decisiones sin ser “obstaculizados” por sus respectivos parlamentos y ni siquiera por las oposiciones, ninguna de las cuales ha podido ofrecer soluciones técnicas y políticas diferentes y potencialmente mejores que las de sus respectivos gobiernos. Noté una gran disponibilidad y receptividad de los gobiernos a las opiniones de técnicos, expertos y científicos. Sin embargo, no creo que haya surgido el riesgo de un futuro gobierno de tecnócratas. Me preocupan, en cambio, algunas medidas tomadas por los gobiernos, en particular las relacionadas con la restricción de la libertad personal: la invitación a quedarse en casa y las sanciones para quienes no cumplan esta invitación sin razones válidas. Aprenderemos, tal vez, y no solo por lo que concierne a la salud, que la libertad de cada uno de nosotros encuentra, o más bien debe encontrar (y aceptar) como límite insuperable el de la libertad y la salud de los demás. ¿Aprenderemos también que en emergencias, pero quizás en muchas otras circunstancias, la confianza interpersonal es un recurso crucial para la democracia y para una vida mejor?

Después del coronavirus no vamos a ser necesariamente mejores que ahora, si no aprendemos otra lección clara: todos estamos en el mismo barco de la globalización y nuestra vida depende, en un sentido amplio, de la calidad del medio ambiente y las modalidades (debería decir modalidades capitalistas, pero no quiero excluir a China, régimen totalitario de capitalismo de estado) del desarrollo. Al golpear a todos indiscriminadamente, una pandemia también puede reducir las desigualdades, como argumentó Walter Scheidel en un gran libro: El gran nivelador. La violencia y la historia de la desigualdad desde la era de Piedra hasta el siglo XXI. Si este es el caso, no sé en qué medida la satisfacción del resultado nos hará olvidar el dolor del precio que pagamos.

27/03/2020 Clarín.com  Revista Ñ  Ideas

Traducción: Andrés Kusminsky. ©Gianfranco Pasquino, autor del libro Bobbio y Sartori. Entender y cambiar la política (2019), próximamente traducido por Eudeba.

2017: los tres grandes desafíos

 

clarin

El año 2017 empezó trayendo consigo, pesadísimos e ineludibles, tres desafíos que marcaron todo el año 2016 y subsistieron incluso hasta su finalización, trágicamente (en Berlín y Estambul): el terrorismo, las desigualdades, la elección de Donald Trump. El terrorismo de matriz islámica —negar su motivación religiosa no sólo es absurdo sino también erróneo—, se ha convertido a esta altura en una constante en distintas zonas del mundo. Hay quien sostiene que en realidad este terrorismo está vinculado y es producto de lo ocurrido en Irak y Libia, y hoy, sobre todo, de la guerra civil en Siria. Sin negar la contribución de estas tres situaciones, nos equivocaríamos todos, dramáticamente, si olvidáramos cuántos son los hechos de terrorismo atribuibles y reivindicados por Al Qaeda antes de la guerra de Irak. No, el terrorismo nació antes de la letal decisión del presidente George Bush (secundado por Tony Blair) de entrar en guerra contra Saddam Hussein, abriendo una enorme caja de Pandora de conflictos étnico-religiosos adormecidos. Ese terrorismo, financiado por países árabes que se sienten amenazados y siguen estando bajo extorsión, está en condiciones de llevar a cabo ataques en muy diversos lugares de Europa, Estados Unidos, Oriente Medio y África. Sostener que cualquier atentado es obra de “lobos solitarios” significa subestimar dos elementos. El primero es que, de todas formas, hay hombres dispuestos a matar, al grito de “Alá es grande”, porque han internalizado los preceptos de la guerra contra Occidente. Segundo, que estos lobos solitarios, cualquiera sea el modo en el que se haya producido su radicalización —en los suburbios parisinos, en un barrio-gueto de Bruselas, en cárceles, en, mucho más raramente, centros de recepción de inmigrantes—, encuentran con rapidez el apoyo de otros hombres y mujeres que comparten con ellos sus objetivos. Nada de esto está destinado a desaparecer ni, mucho menos, a ser erradicado o superado en 2017. Afirmar que el terrorismo no cambiará nuestra vida de occidentales es muy hipócrita y de ninguna manera tranquilizador. Cualquiera que viaje en avión sabe cuánto, para peor, ha cambiado nuestra vida.

Algunos de nosotros estamos preocupados por las desigualdades y por su crecimiento abrumador porque preferimos una sociedad más justa en la distribución de la riqueza. Porque pensamos que cuando la riqueza, producida por patrimonios más que por el trabajo, se concentra cada vez más en las manos y en los fondos de inversión de pequeños porcentajes de la población de pocos países, no sólo de los más ricos (el fenómeno se produjo ya en China y se ha extendido incluso a India), la vida de demasiadas personas se vuelve insoportable. Sabemos que existe una relación estrecha entre bienestar y democracia. Creemos, sin embargo, que cuanto más equilibrada sea la distribución de los recursos, cuanto mejor esté vinculada a la igualdad de oportunidades, cuanto más surja de la posibilidad de tener un trabajo y de obtener de él los frutos merecidos, tanto más aceptable será la vida de todos. Las desigualdades injustificables minan la cohesión social, generan tensiones insoportables y no contribuyen de hecho al funcionamiento óptimo del sistema económico.

La escalada de las desigualdades se debe ampliamente a la victoria, que pareció definitiva, de la ideología neoliberal. Esa ideología no ha sabido mantener la otra campana de su promesa, vale decir, que la acumulación de riqueza en manos de un estrato social restringido se traduciría rápidamente en inversiones, en oportunidades, en aumento de la ocupación, en más recursos para todos. El desafío de contener y reducir las desigualdades que, naturalmente, no podrá ser resuelto en 2017, convoca a la causa sobre todo a la izquierda: a sus partidos, a sus movimientos, a sus intelectuales. No se requiere únicamente la redefinición del rol del Estado en la esfera económica, es decir, el relanzamiento de las medidas políticas y, me atrevería a decir, de la “filosofía” keynesiana. Se requiere la formulación de una nueva ideología que sepa mantener juntos keynesianismo y bienestar social en un mundo enormemente más complejo. Precisamente cuando es dinámica la economía produce y reproduce desigualdades. No le bastará al Estado con ser democrático para reducir esas desigualdades sin obstaculizar el desarrollo. Deberá convencer a la mayoría de la población de que actúa en función del interés colectivo, que sabe hacerlo porque es confiable y competente. Ésta es la tarea de una ideología que tiene una visión del mundo y habla no sólo al cerebro sino también al corazón de la gente.

El tercer desafío de 2017 es el más inesperado y el más imprevisible: el constructor chapucero, operador inmobiliario y empresario televisivo absolutamente desprovisto de toda experiencia y conocimiento político, Donald Trump, en la Casa Blanca. La presidencia Trump es un desafío, ante todo, a la democracia de EE.UU., a sus mecanismos, a sus estructuras, a sus ‘checks and balances’ (controles y contrapesos), incluso al principio cardinal del liberalismo (“la separación entre poder económico y poder político”). Es el desafío a los derechos civiles y políticos sobre los cuales se construyó, si bien entre conflictos, tensiones y discriminaciones, la democracia de Estados unidos. Es, por último, el desafío al actual desorden internacional del mundo. Sólo veo riesgos y peligros. Feliz Año.

Traducción: Román García Azcárate

Publicado el 12 de enero de, 2017