Home » Posts tagged 'Norberto Bobbio' (Pagina 2)
Tag Archives: Norberto Bobbio
Gli intellettuali europei non si occupano più d’Europa #CoFoE @DomaniGiornale
Con una (in)certa regolarità gli intellettuali vengono (giustamente) criticati per i documenti che firmano, per le frasette che twittano, per quello che dicono nei salotti televisivi. Spesso sono intellettuali contro intellettuali. Qui, invece, indirizzerò il tiro della critica ad un loro grave silenzio, quello che riguarda l’Unione Europea, l’Europa. Domenica 9 maggio, 71esimo anniversario della dichiarazione del Ministro degli Esteri francese Robert Schumann che portò alla nascita della Comunità Economica del Carbone e dell’Acciaio (CECA), prenderà il via una ambiziosa Conferenza sul Futuro dell’Europa. La Commissione europea intende così perseguire gli obiettivi di “coltivare, proteggere, rafforzare la democrazia europea”, mirando a coinvolgere al massimo i cittadini europei in una molteplicità di modi, fino a forme di democrazia deliberativa che ne incoraggino e valorizzino la partecipazione e l’influenza sulle decisioni europee. Non ho letto, non ho sentito, non ho visto commenti rilevanti ad opera degli intellettuali europei. Non ne sono sorpreso.
Sono passati tantissimi anni da quando il grande studioso Raymond Aron, tanto raffinato quanto scettico, scrisse il libro In difesa di un’Europa decadente (Mondadori 1978) criticando più o meno indirettamente i suoi colleghi non solo francesi. Probabilmente, l’esempio più alto di discussione fra intellettuali pubblici e di analisi e proposta fu scritto dal sociologo Ralf Dahrendorf, tedesco, e dagli storici François Furet, francese, e Bronislav Geremek, polacco: La democrazia in Europa (Laterza 1992). L’assenza di un intellettuale italiano non è causale, ma riflette lo stato dell’arte. I grandi intellettuali italiani si sono sostanzialmente disinteressati dell’unificazione politica europea, che, pure, è un evento di portata “epocale”. Studiosi certamente tutt’altro che provinciali, presenti e famosi sulla scena europea, frequentemente invitati a importanti convegni, come Umberto Eco, Norberto Bobbio, Giovanni Sartori, non hanno dedicato nessuno studio specifico alla cultura e alla politica europea. Difficile spiegare il loro disinteresse. Hanno dato per scontato il processo di unificazione europea? Erano delusi dalla sua apparente lentezza? Non ne ritenevano importanti le acquisizioni in materia di pace, di diritti, di democrazia che motivarono l’assegnazione all’Unione Europea del Premio Nobel per la Pace nel 2012?
Neanche i grandi scrittori italiani, faccio solo due esempi: Leonardo Sciascia e Claudio Magris, hanno dedicato la loro attenzione letteraria e culturale e le loro non rare prese di posizione politica alla discussione dell’Europa che c’è, alla progettazione dell’Europa che vorrebbero. Questa assenza degli intellettuali che riflettano sull’Europa, che contribuiscano al dibattito pubblico, che arricchiscano il discorso su quel che viene fatto bene, non viene fatto, è stato fatto male, non riguarda, però, soltanto gli italiani. Ė possibile sostenere che l’ultimo grande influente intellettuale che si confronta con l’Europa, che ha una certa idea di Europa è l’ultranovantenne sociologo e filosofo tedesco Jürgen Habermas. Mi viene in mente soltanto un altro nome, quello del saggista Timothy Garton Ash, di Oxford, autore di notevoli libri sulle opposizioni nei regimi comunisti dell’Europa centro-orientale e sull’imperfetta transizione di quei paesi alla democrazia. La Conferenza sul Futuro dell’Europa avrà tanto più successo quante più idee entreranno in circolazione. Ė una grande opportunità anche per gli intellettuali europei di dimostrare che intendono e sanno contribuire ad un futuro migliore.
Pubblicato il 5 maggio 2021 su Domani
Gianfranco Pasquino en el Olimpo de la ciencia política #comentario Revista Ñ @clarincom
Sartori y Bobbio, dos faros del pensamiento político, inspiraron al politólogo, quien destaca en su libro la lucha, a veces apasionada, por vivir en democracia.
En 1984, cuando la democracia daba en nuestro país sus primeros pasos, el gran filósofo italiano de la política Norberto Bobbio publicaba un texto en el que advertía sobre lo que denominaba “las promesas incumplidas de la democracia”. No pensaba que la llegada de gobiernos surgidos del voto popular a los países que salían de dictaduras militares fuera a resolver de manera inmediata todos los problemas, y recomendaba ser cuidadosos con las desmesuradas expectativas ciudadanas de cambio.
Bobbio tampoco rubricaba las concepciones “minimalistas” que definían a la democracia poco más que como un método para elegir y cambiar gobernantes, una versión libre de la definición precisa que aportaba otro reconocido politólogo peninsular, Giovanni Sartori. Un año después, Bobbio viajaría desde Turín, su ciudad donde residió toda su vida, a Buenos Aires, invitado a una memorable conferencia magistral sobre la transición a la democracia, en la Facultad de Derecho de la UBA, y presentado por el entonces presidente Raúl Alfonsín, un atento lector de sus textos. Años más tarde, fue Sartori quien visitó la Argentina, para asistir al Congreso Mundial de Ciencia Política que se realizó en Buenos Aires en 1991.
Eran tiempos inaugurales para la renacida democracia en nuestro país y también para el mundo académico y los claustros universitarios, que recuperaban su autonomía y vitalidad. La influencia de Bobbio y Sartori fue notoria y fecunda a partir de esos años, en la ciencia política y en la vida política misma de los países latinoamericanos.
Florentino, como Maquiavelo, Sartori construyó un sistema de pensamiento y una teoría para explicar qué son y cómo funcionan las democracias en la práctica, más allá del estricto análisis de las coyunturas y más acá de las discusiones teóricas sobre sus contenidos. Explicó la diferencia entre distintos modelos de gobierno y regímenes políticos; las virtudes y defectos del presidencialismo y el parlamentarismo, los diferentes sistemas de partidos, los desafíos de la multiculturalidad y la videopolítica. Como hombre de las letras, escribirá con pesar en Homo videns (2007), sobre “la primacía de la imagen; es decir, de lo visible sobre lo inteligible, lleva a un ver sin entender que ha acabado con el pensamiento abstracto, con las ideas claras y distintas”. Pasamos del ‘homo sapiens’ al ‘homo videns’, describía, y de este al ‘homo cretinus’”.
Bobbio y Sartori, los dos gigantes de la ciencia política italiana del siglo XX, compartieron un emprendimiento editorial monumental, el Diccionario de Política (primera edición en 1976 y última reedición, en 2016), del que el primero fue coautor, junto a Niccola Matteucci, y el segundo colaborador. Tuvieron, ambos, vidas longevas y mentes lúcidas que les permitieron seguir escribiendo y describiendo los tiempos contemporáneos hasta su último suspiro. Lo hicieron a través de sus obras, pero también sus columnas periodísticas e intervenciones públicas como intelectuales de referencia y consulta obligada. Bobbio más cercano a las ideas del socialismo y del liberalismo, Sartori más conservador en sus convicciones, fueron testigos de la época, vieron sucesivos momentos de crisis, derrumbes, resistencias y renacimientos, y fueron críticos implacables de las derivas populistas disfrazadas de novedad. El mundo de la segunda mitad del siglo XX que ayudó a entender fue quedando atrás. Pero sus modos de pensar, categorías y reflexiones perduran.

Nadie mejor que Gianfranco Pasquino, profesor emérito de la Universidad de Bolonia y discípulo de ambos, para recoger ese legado. Lo hace en Bobbio y Sartori, Comprender y cambiar la política (Eudeba, 2020), un libro escrito con la cabeza y el corazón, que recorre los temas centrales de sus obras, sus aportes fundamentales y trayectorias, y nos transmite, al mismo tiempo, a manera de tributo, recuerdos personales, semblanzas y anécdotas relevantes que lo tuvieron como testigo o protagonista.
Respecto a la crisis de la democracia, se pregunta:“¿Crisis de los ideales, es decir, de aquella situación en la cual el pueblo (demos) tiene el poder (kratos) de decidir de tanto en tanto quién debe gobernar, por cuánto tiempo y cómo, tomando decisiones y dejando que sea el pueblo, es decir los ciudadanos, los que deciden en elecciones libres y periódicas, si aceptan, protestan, intentan modificar las cosas sin el uso de la violencia?”.
La respuesta es que no, que el ideal democrático no está en crisis sino sometido a prueba de validez. Las democracias se van degradando –y es natural que así sea– a medida que se encarna en la vida social, real y concreta, terrenal y pantanosa, con sus desigualdades, injusticias y grietas. A veces, los problemas, los desafíos y las dificultades dependen de la baja calidad de las élites políticas que, aunque están atravesadas por la globalización, no logran comprender que el mundo ha cambiado. Es la crisis de los partidos tradicionales lo que hace que sea tan difícil encontrar soluciones efectivas y duraderas.
Conjetura Pasquino: Bobbio pondría el foco en el declive de la cultura política de los partidos tradicionales, tanto de derecha como de izquierda. Sartori habría hecho notar que allí donde la competencia entre los partidos no se desarrolla de manera vigorosa y rigurosa, los ciudadanos votantes quedan insatisfechos. Su insatisfacción se refleja en la valoración negativa de la democracia en la que viven, en la búsqueda de nuevos partidos o figuras, en la mucho más alta volatilidad electoral. Gobiernos que no pueden programar su actividad y sus reformas porque saben (o temen) que no durarán demasiado, no logran mejorar la vida de los ciudadanos. La distancia entre la democracia real y la ideal se hace, entonces, más grande. Los ciudadanos insatisfechos protestan, pero la solución, que no puede ser nunca definitiva, no aparece.
Eppur si muove… Recluidos en alguna prisión china, prófugos en la selva africana, acosados por los servicios secretos rusos, bajo un sistema de protección porque se ha lanzado una fatwa en su contra, maltratados en una plaza de Estambul, confrontando con la policía de Hong Kong, miles de hombres y mujeres luchan en nombre de la democracia en todo el mundo, organizan manifestaciones, escriben proclamas, reclutan adherentes, algunas veces arriesgan a sabiendas su vida, se prenden fuego. Por ningún otro régimen –sostiene Pasquino–, por ningún otro ideal, nunca tantas personas de nacionalidades, colores, edades y géneros diversos, se han empeñado en hacerlo, conscientemente.
La conclusión remite a una confianza de última instancia en el sujeto colectivo, antes que en las élites o vanguardias esclarecidas o en el propio pensamiento especulativo: “Mientras los intelectuales se complacen en sus muy agudas críticas, los ciudadanos democráticos continuarán buscando soluciones dentro de la democracia, reformándola. Afuera solo hay caos”. Bobbio y Sartori, seguramente, estarían de acuerdo…
*Fabián Bosoer es politólogo y Editor Jefe de la sección Opinión de Clarín.
Gianfranco Pasquino: “Los peronistas creen que saben más que todos” #Entrevista @clarincom
El pensador italiano aborda aquí el fin de las ideas, la corrupción, la necesidad de garantizar transparencia. No ve propuestas en la izquierda ni en la derecha. Y cuando habla de Argentina, alerta sobre el autoritarismo blando recurrente en el peronismo.
“Hablo y entiendo, pero cometo errores”. Gianfranco Pasquino –sweater amarillo, anteojos de pasta y cabello de un gris cuidado– se disculpa a través de la pantalla, desde su casa en Italia, por un castellano que parece manejar a la perfección. Es profesor emérito de la Universidad de Bologna, fue senador durante once años e integra el Grupo Científico de Justicia Penal Italiana del Instituto Iberoamericano de Estudios Jurídicos, entre muchísimos títulos, aunque la referencia más escuchada lo suele ubicar como discípulo de los grandes pensadores políticos italianos Giovanni Sartori y Norberto Bobbio. Conoce bien Argentina, a raíz de la cátedra que tuvo aquí la Universidad de Bolonia.
Pasquino es autor de numerosos trabajos y ensayos, a los que ahora se suma Bobbio y Sartori. Comprender y cambiar la política, su reciente libro publicado en el país por Eudeba, una obra que dedica a los dos pensadores italianos clave, como una suerte de anecdotario que recoge fragmentos de sus biografías pero siempre preguntándose por la naturaleza ideológica y la metodología de un pensamiento en el que la democracia ocupa el centro de las preocupaciones. Tal será también el eje de este diálogo con Ñ, en el que Pasquino mantiene una mirada crítica sin perder el optimismo. En su opinión, estamos ante una crisis de las ideas pero la democracia como respuesta política está lejos de ponerse en duda.
Antes de meterse de lleno en el análisis de la herencia intelectual de los dos grandes teóricos italianos, Pasquino analiza brevemente el panorama argentino aunque “prefiere evaluar la performance de cualquier gobierno cuando haya terminado su mandato, su experiencia. Hoy Alberto Fernández tiene un problema más: la pandemia, que es un desafío enorme para la salud y para la economía”.
–Usted ha hecho mención a las tendencias autoritarias en el peronismo. ¿Cómo caracterizaría el estilo del presidente Fernández?
–Su estilo es como el de sus antecesores peronistas, Cristina incluida, un poco autoritario. En general, los líderes peronistas siempre piensan que saben mucho más que la oposición, la opinión pública, los intelectuales, los periodistas…
–¿Pero ese autoritarismo lo observa hoy a nivel del funcionamiento de las instituciones?
–No, los comportamientos me parecen un poco autoritarios. No escuchar a la oposición y creer que ellos hacen todo para perjudicar es de un autoritarismo blando.
–¿Cómo se analiza hoy este tipo de tendencias, que hace la ciencia política al respecto?
–Tenemos un debate público sobre la política muy pobre. Los conceptos no son utilizados de manera adecuada, ya no hay teorías políticas. Solo cruces verbales entre dirigentes y comentadores que no conocen la ciencia política ni la historia de la filosofía. Bobbio fue el filósofo político más importante del siglo XX y Sartori, el cientista político más trascendente de esa época. En este sentido, quien quiera entender y cambiar la política debería conocer sus obras, que –salvo América Latina, donde sus trabajos son aplicados–, me temo, no son lo suficientemente conocidas.
–¿Qué impronta han dejado Bobbio y Sartori en el mundo teórico y de la política real?

–Se debe a una razón muy simple: Bobbio y Sartori fueron mis dos maestros. A Bobbio lo conocí en la Universidad de Turín y a Sartori, en Florencia, cuando estudiaba política comparada. Tenían una gran diferencia de edad. Bobbio nació en 1909 y Sartori en 1924. Es decir, pertenecieron a dos generaciones diferentes, marcadas por dos experiencias diferentes. Bobbio fue un hombre de Turín, de la región de Piamonte, diría con aquellos mejores elementos de la turinidad. Era un hombre serio, con un sutil sentido de humor. Cumplía todos sus deberes académicos, siempre de forma puntual, de forma introvertida. Sartori, en cambio, era un hombre de Florencia, con mucha arrogancia, muy convencido de sus cualidades. Entre ellos, no obstante, tenían una buena relación, personal e intelectual, por más que hayan abordado el debate público italiano desde diferentes puntos de vista.
–Ahora bien, usted hablaba de un síntoma de época. Así como en los 80 teníamos los grandes debates del posestructuralismo o la tesis que proponía una Tercera Vía, o en los 90 Francis Fukuyama nos hablaba del fin de la historia, ¿qué definiría al pensamiento actual?
–Me temo que hoy no existe. Afirmaría que no solo estamos ante el fin de las ideologías, sino más bien estamos ante el fin de las ideas políticas. Y Bobbio conocía la historia de las ideas políticas como nadie. Sartori también, porque en realidad comenzó como filósofo político. Sartori fue un liberal democrático y Bobbio fue un socialista democrático. Ambos conocían la importancia de las ideas y de la ideología también. Ellos retoman ese revisionismo, fueron críticos del comunismo y del marxismo. Bobbio escribió un importante ensayo sobre la falta de una teoría del Estado en el marxismo, mientras que el primer libro de Sartori fue una crítica hacia la realización del comunismo en la Europa del Este.
–Y en sus desarrollos, la noción de democracia es clave. Me gustaría retomar una definición de Sartori según la cual no podemos pensar lo que la democracia es sin reflexionar en cómo debería ser. Hoy escuchamos hablar de la “crisis de las democracias”. En ese descreimiento de lo democrático, ¿no se ha dejado de lado justamente esa dimensión prescriptiva. ¿Le estaremos pidiendo muy poco a las democracias?
–Bueno, Sartori hace una distinción muy clara entre la democracia ideal –lo que nosotros pensamos que la democracia debe ser– y las democracias reales. Creo que en las democracias reales hay problemas siempre. Tenemos problemas estructurales, como el problema del presidencialismo en la Argentina o el de los partidos políticos en Italia. En Alemania, Ángela Merkel va a dejar su lugar como canciller y se presenta el problema de la sucesión. Pero eso no habla de una crisis de la democracia. La crisis de la democracia es otra cosa. Lo que hoy tenemos son muchos problemas de funcionamiento en muchas democracias, pero eso no significa que debamos perder la confianza en ellas. Sin ir más lejos, la democracia de EE.UU. se enfrentó con un gran desafío. Pero pudo ser resuelto, a través de las propias herramientas institucionales como son las decisiones electorales. Tal vez, los populismos desafían a la democracia ideal, tienen una concepción diferente.
–¿En qué sentido?
–Plantean una relación directa entre el líder y el pueblo. Allí, el pueblo aparece entendido como entidad única, sin divisiones o clivajes. Pero eso no existe, nunca existe un pueblo sin divisiones. Y, por eso, es un desafío para la democracia ideal. No debemos perder de vista que en las democracias los ciudadanos tienen derechos, pueden elegir y ser elegidos, favoreciendo el desarrollo. Muchos países hoy no lo tienen, en Birmania están luchando por conseguir eso, los estudiantes de Hong Kong luchan porque quieren esa democracia. Y lo importante acá es que las democracias saben aprender. La democracia de EE.UU. aprendió que Trump era un verdadero enemigo de las instituciones.
–No obstante, habría que pensar si la foto del Capitolio incendiado no ha dejado heridas o tendrá sus consecuencias.

–Sin dudas, Trump ha sido el desafío más peligroso para la democracia de EE.UU., pero la respuesta de una mayoría de los ciudadanos fue inapelable. Justamente, como decía, el rasgo distintivo de las democracias es que saben aprender. Los autoritarismos no, son derrotados.
–Ahora bien, usted mencionaba como factor del funcionamiento democrático la igualdad. Sin embargo, la opinión pública suele demandarle a la democracia mucho más transparencia que, por ejemplo, una distribución más equitativa del ingreso. ¿Por qué?
–Bueno, la transparencia es algo que Bobbio considera como una de las promesas más importantes de la democracia. Y en algunos sistemas es una demanda importante porque no existe. Tal vez en otros países, el problema es diferente. Por ejemplo, en Italia tenemos la cuestión de la criminalidad organizada, eso es algo que la democracia no logra resolver. En otros países, está el problema de la intermediación de intereses, como en Francia: allí todo el tiempo se debate cómo puede la gente comunicar sus preferencias. En EE.UU., en cambio, la desigualdad es el problema que hace al funcionamiento democrático, porque los sectores corporativos financian a los políticos y eso es un obstáculo. Y hoy en muchos países la desigualdad de género también es una demanda, el empoderamiento de las mujeres es un problema verdaderamente democrático.
–La pregunta, en todo caso, sería cómo garantizar esa transparencia. ¿Qué opciones o herramientas tiene un gobierno con estados que se han vuelto aparatos tan complejos?
–Muchas veces, es un problema de cultura política, por eso necesitamos la multiplicación de predicadores de buenas prácticas. El Poder Ejecutivo tiene un papel importante pero en lo que se refiere a la transparencia, el Poder Legislativo y el sistema judicial deben garantizarla. En algunos casos, la transparencia es una forma de poder. Por eso, los sectores corporativos muchas veces quieren corromperla, para mantener su poder.
–¿Cómo garantizar que esos otros poderes –como el sistema judicial– queden excluidos de esa trama?
–No todos los actores del sistema judicial forman parte, ahí se juegan muchos factores. Si los ciudadanos aceptan en sus relaciones algunos elementos de corrupción, van a aceptarla en otros niveles también. La corrupción corrompe, no hay que aceptarla, ni en una situación tan doméstica como la compra del mercado así como tampoco cuando se intenta obtener ventajas con las vacunas contra el Covid. La corrupción debe ser derrotada en todos los niveles.
–En otra entrevista, usted mencionaba cómo las democracias suelen favorecer a los líderes moderados.
–Los moderados entienden que hay soluciones que deben obtener un amplio consenso entre los ciudadanos. No hay soluciones extremas. Ese es el sentido de un planteo que, en realidad, hace Bobbio.
–Es un buen ejemplo para pensar una tensión inherente al funcionamiento de toda democracia, porque cuanto más plural es una construcción, más democrática sería. Al mismo tiempo, las contradicciones que hacen a esa pluralidad le suponen un límite. ¿Cómo superarlo?
–Exactamente, intentando articular las diferencias. Un gobierno de coalición, por ejemplo, significa que lo integran dos, tres, cuatro partidos, que tienen posiciones diferentes, y eso implica buscar soluciones o respuestas satisfactorias para todos, lo cual es imposible. Deberá ser una solución intermedia. Pero eso es lo importante, que sea una solución compartida. La fuerza de las coaliciones es su capacidad de representación.
–¿Y los liderazgos en ese caso no funcionan como articuladores de esas heterogeneidades?

–En algunos casos sí, pero un líder no puede comunicar solo. Hay un ejemplo interesante, en mi opinión, que es el de Obama. Él me parecía admirable; sin embargo, no logró producir cambios importantes en EE.UU. No debemos olvidar que Trump ganó porque decía que iba a eliminar las decisiones tomadas por Obama, ahí hubo un problema de comunicación entre Obama y sus electores.
–Al comienzo de la pandemia, hemos tenido una gran productividad intelectual, con muchas lecturas que buscaban interpretar el momento. ¿Cuál cree que sería la conclusión de Bobbio y Sartori?
–(Se sonríe) No podría contestar eso… Creo que apuntarían a que no hay solución dentro de los sistemas políticos, ningún sistema puede derrotar solo a la pandemia. Son necesarias las soluciones a niveles continentales, por no decir mundiales. Y debemos democratizar, en ese sentido, las organizaciones internacionales.
–¿Cómo se logra?
–Estableciendo reglas, procedimientos y formas de representación que garanticen una igualdad en la participación de todos los países.
–¿Entramos en un mundo sin utopías?
–La mayoría de los sistemas políticos occidentales se lo debemos a la izquierda, la izquierda ha producido el mundo occidental como lo conocemos. No podemos pensar en Estados Unidos sin el New Deal de Roosevelt, no podemos pensar los países escandinavos sin el estado de bienestar de la socialdemocracia, no podríamos pensar Gran Bretaña sin tomar en cuenta a los gobiernos laboristas del 45, no podemos pensar en la Francia actual sin tener en cuenta los 14 años de Mitterrand, o España sin la acción de Felipe González en 1982. El problema es que los jóvenes hoy quieren más y no saben cómo, entonces cuando ven una figura popular como Trump o Bolsonaro, que aparecen como outsiders, les resultan muy efectivos. Pero estos outsiders pueden ganar una elección y no saber cómo gobernar. Bolsonaro tuvo muchísimos muertos… Diría entonces que hoy estamos ante una reacción de la derecha, pero que la derecha no ha cambiado, sigue sin tener una visión de futuro.
–¿Y qué pasa con las izquierdas?
–Claro, el problema también es de la izquierda, que no ha producido nada verdaderamente nuevo. Ese hoy es el principal desafío.
La libertà inutile degli italiani La Prima Repubblica non è mai finita @DomaniGiornale
Pubblichiamo un estratto dal nuovo libro di Gianfranco Pasquino,Libertà inutile. Profilo ideologico dell’Italia repubblicana (UTET 2021).
Per diversi anni mi sono riproposto un compito estremamente ambizioso: scrivere il seguito del saggio di Norberto Bobbio, Profilo ideologico del Novecento italiano (Torino, Einaudi, 1986). Il testo scritto da Bobbio arriva fino al Sessantotto, ma, deliberatamente, non se ne occupa. Interrogarsi, riflettere, analizzare i cinquant’anni trascorsi da allora è un’impresa certamente difficile, ma, al tempo stesso, culturalmente e politicamente necessaria. Senza nessuna falsa modestia fin dall’inizio sapevo, e ogniqualvolta rileggevo qualche pagina specifica del Profilo, me ne rendevo conto, che mi sarebbe stato impossibile offrire una visione complessiva dell’Italia repubblicana dalla seconda metà del secolo scorso ad oggi altrettanto ricca e articolata quanto quella elaborata da Bobbio. Non mi faccio nessuna illusione sulle mie capacità di conseguire risultati minimamente comparabili con quelli del prezioso libro di Bobbio. Al tempo stesso, però, il compito ha continuato non soltanto ad attirarmi come grande sfida intellettuale, ma anche a sembrarmi sempre più necessario in un paese nel quale il dibattito pubblico si è impoverito, ingaglioffito e imbarbarito. Insomma, senza nessuna propensione a farmene vanto (toccherà, comunque, ai lettori decidere se giustificato e quanto), ho sentito il dovere civile di ricorrere a tutte le mie forze e conoscenze per proseguire il lavoro di Bobbio.
Naturalmente, ho cercato nella misura del mio possibile di focalizzarmi sulla stessa impostazione proposta e utilizzata da Bobbio, vale a dire, di centrare l’analisi sulla “storia delle idee o delle ideologie o degli ideali intesa come storia della consapevolezza che gli intellettuali hanno del loro tempo, delle categorie mentali che di volta in volta adoperano per comprenderlo, dei valori che assumono per approvarlo o per condannarlo, dei programmi che formulano per trasformarlo” (Profilo, p. 3). A questa storia ho sentito di dovere aggiungere, quando mi pareva utile, anche il contributo di alcuni politici, della (riflessione) politica. L’elaborazione di idee e, talvolta, operazione molto più difficile, di ideologie è qualcosa che gli intellettuali hanno costantemente, in maniera più o meno consapevole e efficace, fatto, in proprio e/o al servizio di monarchi, capi politici, imprenditori, partiti, associazioni dei più vari generi, ma che, in non poche occasioni, alcuni importanti uomini politici hanno mutuato, accolto, parzialmente attuato, magari anche stravolto. Più o meno influenti, spesso riflettendo lo spirito dei tempi, alcune elaborazioni degli intellettuali (e dei politici) contribuiscono alla comprensione di quei tempi e meritano attenzione e considerazione, elogi e critiche. Effettuare riflessioni e formulare critiche concernenti le idee degli intellettuali valutandone, ogniqualvolta possibile e opportuno, l’impatto, è un esercizio fecondo che difficilmente può rimanere neutrale e imparziale.
…….
Nel 1968 Bobbio non ritenne di scrivere una conclusione al suo Profilo ideologico. Però, aggiunse una post-fazione alla ristampa fatta quasi vent’anni dopo (che, con mio grande piacere, fui invitato a recensire per “l’Unità”). … Tuttora approvo la scelta di Bobbio. Il profilo ideologico dell’Italia repubblicana non era terminato nel 1968. Non lo fu neppure nel 1986. Da allora, però, sicuramente sono scomparse le ideologie nella variante italiana; vi sono state notevoli trasformazioni nelle idee, ma non è emerso nulla di comparabile per profondità al dibattito analizzato da Bobbio. Gli italiani continuano a vivere in quella che viene definita, talvolta criticamente, la Prima Repubblica. È l’unica Repubblica che abbiamo. Il suo assetto istituzionale di democrazia parlamentare ha dimostrato di essere molto flessibile e adattabile, di sapere affrontare le sfide superandole mantenendo intatti i suoi principi ideali e i suoi cardini istituzionali. L’edificio costituzionale repubblicano non è sostanzialmente cambiato nonostante siano drasticamente cambiati, anzi, spariti, i partiti che lo avevano costruito e nonostante che siano subentrati altri protagonisti: partiti, movimenti, dirigenti politici e intellettuali di riferimento ignari del passato, con scarsa e incerta cultura politica, già provatamente incapaci di progettare un futuro. A loro in modo speciale si attaglia l’amara espressione che Bobbio voleva utilizzare come titolo del capitolo conclusivo che rinunciò a scrivere: la libertà inutile (p. 179).
Nei miei ricorrenti incontri con Bobbio e con il suo pessimismo, nelle nostre conversazioni, eravamo consapevoli che a me spettava il compito di trovare gli elementi positivi che lui accoglieva con un sorriso scettico. Ricordo di avergli fatto rilevare, sfondando una porta aperta, che fra i suoi molti insegnamenti c’era anche quello che la libertà non è mai inutile. Sottolineando l’inutilità della libertà goduta dagli italiani nel dopoguerra, Bobbio voleva dire che quella libertà, di espressione, di pensiero, di ricerca, di voto non aveva apportato significativi e indispensabili miglioramenti nella cultura politica e nell’etica civile, tema che gli era caro, ma che trattava molto parsimoniosamente salvo celebrarla nei ritratti di coloro che la avevano praticata in maniera intransigente (Bobbio 1984 e 1986). Da questo punto di vista, che largamente condivido, neppure i cinquant’anni successivi alla riflessione di Bobbio si sono rivelati “utili”. Anzi. L’approdo della mia ricognizione, a fronte di problemi che non passano, di memorie non condivise, di sfide, vecchie e nuove, da ultimo, drammatica, socialmente e economicamente, la pandemia, di incapacità di comprendere e di progettare, è che quello che è davvero passato, per sempre, sono le culture politiche che avevano costruito con maggiore o minore convinzione la Repubblica e l’avevano fatta funzionare non del tutto inutilmente.
Non sono comparse nuove culture politiche alternative con fondamenta simili a quelle dei primi cinquant’anni della Repubblica. Con il declino dei partiti è scomparso uno dei luoghi di elaborazione quantomeno di idee politiche e di confronto e conflitto di posizioni e riflessioni diverse. Persino, nella società, alla quale non possiamo meccanicamente attribuire l’aggettivo, non poche volte immeritato, ”civile”, non sembra riescano ad emergere nuove trascinanti idee. “Liquida”, come sosterrebbe il sociologo polacco Zygmunt Bauman (2011), oppure, più semplicemente, frammentata e ripiegata a difesa di prassi esistenti che non vengono messe in discussione, la società si rappresenta, in Italia, probabilmente più che altrove, nei talk show e nelle forme telematiche di comunicazione. Sia Bobbio sia Sartori (1997), unitamente a Karl Popper, da entrambi molto apprezzato, sono stati tempestivamente critici di questi sviluppi. Per quel che conta, è evidente che non saranno i cosiddetti “social” le nuove fonti di produzione e di confronti e scontri fra idee e di (ri)nascita di culture politiche. Anzi, è chiaro che il linguaggio usato in quei contesti è un fattore aggiuntivo di indebolimento, di compressione, di confusione del profilo ideologico di qualsiasi società/sistema politico, a cominciare dall’Italia.
Guardando fuori dei confini italiani potremmo notare che tutte le culture politiche tradizionali si sono indebolite, anche se non sono completamente scomparse, e che nuove “culture” stanno facendo molta fatica ad affermarsi e non è affatto detto che ci riusciranno. Tenendo in grande considerazione quello che si muove, in politica, in economia, nella società, specialmente quella europea, è plausibile sostenere che la linea lungo la quale si manifesteranno e potranno affermarsi le nuove culture politiche è quella che separa con una certa nettezza, come ho scritto nell’ultimo capitolo, coloro che sono contro il processo di unificazione politica dell’Europa e coloro che mirano a completarne l’unificazione, coloro che desiderano un federalismo democratico e agiscono per conseguirlo e coloro che operano per un ritorno, non soltanto fisico, dei confini nazionali. Per gli oppositori deI federalismo politico europeo è stata di recente coniata la definizione di sovranismo da loro apparentemente gradita. Però, il sovranismo non poggia su una cultura politica dotata di un elevato livello di elaborazione. Deve fare leva su un nazionalismo spesso screditato, da ricostituire. Dal canto suo, il pensiero federalista ha un retroterra e una storia decisamente molto più lunga e più complessa. Nella fase attuale, però, neppure il federalismo può vantare un ventaglio di pensatori innovativi sui quali fare affidamento. Le prassi sembrano precedere le elaborazioni culturali (e politiche) senza le quali, tuttavia, il loro respiro è inevitabilmente molto corto.
Un enormemente difficile profilo ideologico dell’Europa contemporanea, che nessuno ha finora tentato, darebbe maggiore sostanza alla mia affermazione sia sul grado di declino delle culture politiche classiche sia sulla necessità di nuove originali elaborazioni all’altezza di quelle del passato. In Italia sappiamo dove siamo dolorosamente approdati. In Europa il viaggio delle culture politiche è, fra opportunità e rischi, tuttora in corso. Non si concluderà presto offrendo la possibilità/necessità di tutti i pur molto difficili approfondimenti culturali essenziali per l’ambizioso progetto di unificazione politica democratica del continente che un giorno, mi auguro non troppo lontano, sarà appropriatamente descritto e analizzato in un Profilo ideologico dell’Europa.
Pubblicato il 26 febbraio 2021 su Domani
Italia, il fallimento della politica. “La Prima Repubblica non era poi così male. Dopo i partiti sono stati incapaci di rinnovarsi” #intervista @LaStampa
GIANFRANCO PASQUINO Pubblica un “Profilo ideologico” del Paese che completa quello del suo maestro Norberto Bobbio.
Intervista raccolta da Alberto Mattioli
Libertà inutile. Profilo ideologico dell’Italia repubblicana (UTET 2021)
In principio era Norberto Bobbio, il suo Profilo ideologico del Novecento italiano che tuttavia, pubblicato nel 1986, si fermava prima del ’68. Adesso il quadro si completa con un «Profilo ideologico dell’Italia repubblicana» che però del nuovo saggio di Gianfranco Pasquino è il sottotitolo.
Il titolo, inquietante e perentorio, è Libertà inutile (Utet, pp. 223, € 18). È un saggio accademico ma scorrevole, appassionato e appassionante, lucido e polemico. E lascia nel lettore quel retrogusto di disillusione, che pare inevitabile quando si guarda l’Italia contemporanea.
Professor Pasquino, è il suo omaggio a Bobbio?
«Anche. Fu il relatore della mia tesi e con lui e Nicola Matteucci dirigemmo il Dizionario di politica. Ho insegnato all’Università di Bologna ma sono nato a Torino. Ogni volta che ci tornavo, andavo a trovare Bobbio. Mi piaceva l’idea di proseguire il suo lavoro sulla cultura politica degli italiani o meglio sulla sua mancanza».
Libertà inutile, in effetti, è un titolo forte.
«Ne parla lo stesso Bobbio nella postfazione del suo saggio. La libertà, certo, è sempre preziosa. Ma possiamo dire che gli italiani l’hanno adoperata molto male. Gli ultimi trent’anni sono stati quelli della fine della crescita, di una politica incapace di dare risposte e dei partiti spariti o in crisi».
Passiamoli in rassegna, allora. Lei smonta il mito di Berlusconi come fautore di una rivoluzione liberale.
«Certamente. Berlusconi è un duopolista e i duopolisti non lanciano rivoluzioni liberali. Il liberalismo di Berlusconi è soltanto liberismo, e di un genere particolare che punta a liberare la società dalle regole. Ma la società italiana non è migliore dello Stato. Nel presunto “liberalismo” di Berlusconi non c’è mai stata alcuna riflessione sulla divisione dei poteri, che del liberalismo è la base».
Lei stronca anche il Pd.
«Un vero problema. Il crollo dei partiti storici tra il ’92 e il ’94 non fu determinato solo da quello del Muro di Berlino, ma dall’assoluta incapacità di ripensare le loro culture politiche. I liberali erano sempre stati quattro gatti e non riuscirono a diventare otto. La riscoperta di Prudhon non bastò certo a rilanciare il riformismo socialista. La Dc perse la sua funzione di baluardo anticomunista e il Pci si trovò spiazzato perché aveva sempre negato di poter diventare socialdemocratico. La fusione di Margherita ed ex Pci produsse un soggetto privo di un vero baricentro: non bastava proclamare di voler mettere insieme le culture politiche progressiste, anche perché mancava in toto quella socialista. Il problema non è mai stato affrontato e di conseguenza nemmeno risolto».
Che identità dovrebbe darsi il Pd, allora?
«Potrebbe forse partire dall’europeismo di Altiero Spinelli, che aveva capito che il vero confronto non sarebbe più stato tra destra e sinistra, ma tra favorevoli e contrari all’unificazione politica dell’Europa. Ma nel Pd vedo molti che elaborano strategie; idee, nessuno».
E il Movimento Cinque Stelle?
«È il non pensiero di un non partito. O meglio, qualche pensiero c’è, ma sono pensieri deboli. Far passare tutto da una piattaforma telematica significa rinunciare a elaborare una cultura politica. E infatti governano con tutti: prima la Lega, poi il Pd, adesso Draghi. Però riconosco al M5s il merito di aver riportato alla politica molti elettori che se ne erano disamorati».
Il M5s è solo antiparlamentare o anche antidemocratico?
«Antiparlamentare di sicuro, con il suo mito della democrazia diretta e la riduzione del numero dei parlamentari. Ma questo è un aspetto presente da sempre nella cultura italiana, fin dai tempi di Prezzolini e Papini. Sulla democrazia, mi colpì una profezia di Grillo. Una volta affermò che il M5s avrebbe conquistato il 100 per cento dei voti, che è sicuramente un’idea antidemocratica perché un partito è una parte, non può essere il tutto».
E i sovranisti? La Lega?
«Il sovranismo non è un’idea. La Lega è passata dal secessionismo alla blanda espressione degli interessi dei ceti produttivi del Nord. Ma l’idea di un’Italia che si ritrae dall’Europa è perdente, lo sanno tutti. Dunque, l’idea sovranista è debole e produce una politica debole».
Non ci resta che Draghi.
«Nella storia di tutti i Paesi ci sono momenti in cui è giusto che ci siano accordi ampi. È successo anche in Italia con i primi governi del Dopoguerra o con il compromesso storico, che pure io critico. È una convergenza accettabile, anche se è bene che ci sia pure chi non ci sta come Giorgia Meloni. Ciò detto, molto dipenderà dalle capacità di Mario Draghi che sono note ma, nel ruolo di premier, ancora da collaudare».
Nel suo libro aleggia una certa nostalgia per la vituperata Prima Repubblica. Stavamo meglio quando stavamo peggio?
«Stavamo davvero peggio? Alla fine degli anni 80 l’Italia diventò la quinta potenza industriale del mondo scavalcando il Regno Unito. La cosiddetta Prima Repubblica ha prodotto cambiamenti enormi. Il problema è iniziato quando gli attori della politica, i partiti, si sono rivelati incapaci di rinnovarsi. Più che finiti, i partiti sono sfiniti. Da qui l’impossibilità di riforme vere e il ricorso a soluzioni di emergenza: con Ciampi funzionò, con Monti no, con Draghi chissà».
SuperMario ce la farà?
«Sono uno studioso della politica, non un profeta. Non sono né ottimista né pessimista. Il momento è importante, l’occasione di cambiare la politica preziosa. Le riforme individuate da Draghi sono quelle giuste: burocrazia, giustizia, scuola».
Ultima domanda: nel libro, lei si toglie spesso qualche macigno dalle scarpe sui suoi colleghi. Perché?
«Perché il dibattito non può essere accondiscendente. Una parte degli studiosi non ha fatto bene il suo lavoro, è stata troppo blanda con questa politica. Non faccia credere ai suoi lettori che io sono a quel livello, ma Orwell non era tenero con i suoi colleghi, Aron nemmeno e neanche Habermas lo è. La discussione è anche critica, altrimenti è solo melassa».
Pubblicato il 23 febbraio 2021 su La Stampa
VIDEO Libertà inutile. Profilo ideologico dell’Italia repubblicana @UtetLibri
Perché l’Italia è tanto malmessa? Più di cinquant’anni fa la risposta Norberto Bobbio la offrì nel suo Profilo ideologico del Novecento italiano. Per molto tempo mi sono posto l’ambizioso compito di analizzare le idee che hanno circolato in Italia dopo il libro di Bobbio. Le mie risposte sono ora in Libertà inutile. Profilo ideologico dell’Italia repubblicana (UTET 2021). La libertà di cui gli italiani hanno comunque goduto non ha fatto, proprio come temeva Bobbio, migliorare le idee e i comportamenti collettivi. È risultata complessivamente inutile. Il mio libro cerca di spiegare perché.
Libertà inutile
Profilo ideologico dell’Italia repubblicana
Quando scelse la repubblica, il popolo italiano, appena uscito dalle rovine di una dittatura e di una guerra mondiale, affidò all’Assemblea costituente l’impegnativo compito, condiviso da tutti (o quasi), di costruire un paese migliore. Ma la repubblica che ne è uscita è stata all’altezza di quelle speranze?
Se lo chiedeva già Norberto Bobbio nel suo fondamentale Profilo ideologico del Novecento italiano, fermandosi però sulle soglie del 1968, e se lo chiede oggi Gianfranco Pasquino, raccogliendo l’eredità del grande filosofo torinese e provando a impostare nuovamente una riflessione che riesca a cogliere l’accidentato percorso della nostra mutevole e inquieta storia repubblicana.
A partire dalle fondamenta costituzionali, Pasquino sismografa gli smottamenti culturali, gli umori e i contrasti che, di decennio in decennio, hanno attraversato la nazione e coinvolto i suoi protagonisti. Così ci immergiamo nelle contraddizioni delle tre grandi culture politiche del Novecento: il liberalismo, fondamentale durante la Resistenza e sminuito nella ricostruzione del dopoguerra; il comunismo, lacerato all’interno dal dibattito fra i desideri di riformismo parlamentare e le pulsioni semirivoluzionarie, negli anni caldi delle contestazioni di piazza; l’area democristiana, appesantita dal troppo potere politico, economico e sociale accumulato senza controlli, fino alla resa dei conti di Tangentopoli.
E poi ancora i mutamenti delle stagioni recenti: la personalizzazione della politica propiziata dal berlusconismo e l’affermarsi di nuove culture che strizzano l’occhio all’antipolitica e al populismo.
Il quadro che ne viene fuori è un’inedita biografia della nazione: un paese di passioni ideologiche ed enormi contraddizioni, in cui le fortune dei leader durano il tempo di una stagione. E allora, attraversando le riflessioni di Pareto, Calamandrei, Gramsci, Sartori, prende forma il dubbio di Pasquino: la democrazia italiana ha disatteso le promesse costituzionali? Quella conquistata con tanta fatica è stata forse una Libertà inutile?
Gianfranco Pasquino (Torino, 1942), allievo di Norberto Bobbio e di Giovanni Sartori, è professore emerito di Scienza politica all’Università di Bologna. Associate Fellow alla SAIS-Europe di Bologna, è stato direttore, dal 1980 al 1984, della rivista “il Mulino” e, dal 2000 al 2003, condirettore della “Rivista italiana di Scienza politica”. Dal 2010 al 2013 presidente della Società italiana di Scienza politica, è autore di numerosi volumi, i più recenti dei quali sono Cittadini senza scettro. Le riforme sbagliate (2015), Bobbio e Sartori. Capire e cambiare la politica (2019, tradotto in spagnolo nel 2020) e Italian Democracy. How It Works (2020). È particolarmente orgoglioso di avere condiretto insieme a Norberto Bobbio e Nicola Matteucci per Utet il celebre Dizionario di politica (2016, nuova edizione aggiornata). Per Utet ha inoltre pubblicato La Costituzione in trenta lezioni (2016), L’Europa in trenta lezioni (2017) e Minima politica (2020). Dal luglio 2005 è socio dell’Accademia dei Lincei.
Craxi e dopo: battaglie necessarie, da combattere #unpassodietroCraxi
Contributo pubblicato nel libro di Federico Bini, Un passo dietro Craxi, Edizioni WE, s.d. (ma 2021), pp. 67-73

L’ideatore di questo libro, Federico Bini, invita a valutare “meriti e demeriti” di Craxi. Lo farò con grande impegno sfruttando al mio meglio quello che considero un vantaggio di prospettiva rispetto a tutti gli intervistati. Non ho avuto modo di incontrare Craxi tranne in un paio di frettolose occasioni. Quella che ricordo meglio è la commemorazione di Lelio Basso al Senato nel decimo anniversario della morte (dicembre 1988) quando, arrivato leggermente in ritardo, Craxi si sedette proprio di fianco a me e come se sapesse chi ero pronunciò con grande familiarità un paio di commenti politici molto critici sul modo con il quale l’oratore principale veniva descrivendo il percorso politico di Basso (incidentalmente, condividevo le osservazioni di Craxi). Per quel che può contare, mi sono sempre considerato socialista senza aggiunte, favorevole ad una democrazia nella quale l’alternanza è praticabile e praticata, che ritiene che buone politiche sono quelle che seguono, rincorrono la stella polare, come scrisse memorabilmente il mio maestro Norberto Bobbio, dell’eguaglianza, nella mia personale concezione, l’eguaglianza non di esiti, ma di opportunità, non soltanto all’inizio, ma per tutta la vita delle persone: dalla culla alla tomba. Ai tempi di Craxi ero Senatore della Sinistra Indipendente e, fra l’altro, feci parte della Commissione parlamentare per le riforme istituzionali (Novembre 1983-1 febbraio 1985) presieduta dal deputato liberale Aldo Bozzi.
Quando lascia l’Italia per Hammamet, Craxi, senza giri di parole, è politicamente sconfitto, e lo sa. Cercherà, invano, di preparare la riscossa. Chi gli voleva bene avrebbe dovuto allora e per tutti gli anni successivi ricordargli che, ad ogni buon conto, aveva ottenuto alcune importanti incancellabili conquiste che stanno nei libri della storia d’Italia. Aveva significativamente contribuito all’ascesa alla Presidenza della Repubblica di Sandro Pertini (anche se il suo candidato preferito era Giuliano Vassalli). Era stato il primo socialista a diventare Presidente del Consiglio. Con il decreto di San Valentino (14 febbraio 1984) e, poi, con la sua coraggiosa posizione sul referendum “scala mobile” (giugno 1985) era riuscito ad arrestare la corsa dell’inflazione. Grazie al sostegno da lui convintamente dato all’Atto Unico (1985) aveva riaperto la strada verso un’Unione più stretta. Ma, come argomenterò, aveva scoperchiato e lasciati irrisolti alcuni problemi decisivi per il Partito socialista e per il sistema politico italiano. In una (in)certa misura quei problemi, che hanno notevolmente inciso su tutta la storia e la politica italiana dal 1994 ad oggi, rimangono tali, forse aggravati.
Prima il partito socialista. Quando Craxi ne divenne segretario nel 1976 il PSI era un partito diviso in correnti in lotta fra di loro, ciascuna, a differenza delle correnti democristiane, con scarso radicamento sociale. Nel mensile “Mondoperaio” era aperto da qualche anno, e continuerà ancora fino all’inizio degli anni Ottanta, la riflessione, ampia, articolata, approfondita, sul Parti Socialiste di François Mitterrand nato nel 1971, in particolare, sulla sua strutturazione. Di quelle riflessioni Craxi non tenne nessun conto. Scelse una strada molto diversa, quella della concentrazione del potere al vertice, nelle sue mani, e della personalizzazione della politica, attuata con indubitabilmente grande efficacia, lasciando troppo spazio ad alcuni signori delle tessere dalla Toscana al Veneto, dal Piemonte alla Sicilia, dalla Puglia alla Calabria. Quando Craxi se ne andò, i signori delle tessere cercarono di salvare le loro posizioni politiche, non il partito socialista. Alcuni di loro trovarono accoglienza in altri schieramenti. Il partito scomparve.
Il rinnovamento del Partito socialista doveva, secondo Craxi, passare anche attraverso una ridefinizione della cultura politica socialista: primum vivere deinde philosophari. Sinceramente, non sono riuscito a capire come si potesse pensare che il pensiero di Pierre-Joseph Proudhon potesse essere contrapposto a quello di Karl Marx. Potesse dare vita a una nuova cultura politica fermamente socialista. In quello che rimane il migliore dei discorsi riformisti di quel periodo all’insegna dei “meriti e bisogni” (Rimini, giugno 1982), Claudio Martelli non fa nessun riferimento all’inutile Proudhon, mettendosi in sintonia con il pensiero socialista nel resto dell’Europa e, in parte, con quello progressista degli USA. Se Craxi voleva davvero portare non solo il PSI, ma la sinistra italiana, comunisti naturalmente inclusi, avrebbe dovuto guardare al pensiero e all’azione dei partiti socialdemocratici e, subito aggiungerebbe Valdo Spini, laburisti in Europa. Praticamente, nulla di tutto questo avvenne nel quindicennio craxiano.
Naturalmente, è lecito sostenere che quelli furono gli anni nei quali cominciava un po’ dappertutto il declino dei socialisti come partito di governo, ma non veniva affatto meno l’elaborazione teorica o, quantomeno, il riconoscimento delle nuove sfide sociali e culturali prima ancora che politiche. La bibliografia in materia è persino troppo ampia perché si possa citarla e non voglio privilegiare nessuno studioso in particolare. Alla vivida illuminante luce del senno di poi, tutti sono in grado di constatare che in Italia la cultura politica socialista è sostanzialmente scomparsa e che l’inizio di quella scomparsa può essere collocato nel periodo di Craxi. A scanso di equivoci, mi affretto ad aggiungere che, in modi diversi, anche i comunisti italiano non seppero trasformare la loro cultura politica e, sostanzialmente, vi rinunciarono. Quel Partito Democratico di Sinistra fondato il 1 febbraio 1991 era sostanzialmente alla ricerca di fondamenta culturali che non trovò mai e che, di conseguenza, non furono trasferite nel Partito Democratico.
Per diventare più influente il Partito socialista doveva ovviamente crescere. Poteva farlo attraendo nuovi elettori al loro primo voto, ma anche elettori che ritenessero inadeguata la rappresentanza politica offerta loro sia dai democristiani sia dai comunisti. A mio parere c’erano molte diversamente buone ragioni a giustificazione dell’abbandono da parte di molti elettori di entrambi i grandi partiti-chiesa, per usare il termine inventato da Francesco Alberoni, e della loro ricerca di una rappresentanza laica e progressista. Però, Craxi, da un lato, continuò a rimanere in alleanza con la DC a livello nazionale, dall’altro, sfidò il PCI, anche su tematiche importanti, come quella del sostegno da dare ai dissidenti dei paesi comunisti. Lo fece in maniera molto ostile, ma soprattutto senza mai esprimere il suo aperto, esplicito sostegno all’alternativa di sinistra. Quello che molto correttamente Giuliano Amato e Luciano Cafagna definirono Duello a sinistra. Socialisti e comunisti nei lunghi anni ’70 (Bologna, il Mulino, 1982), finì per indebolire entrambi, certo anche per responsabilità del PCI, dei suoi dirigenti e delle loro inadeguatezze, ma, soprattutto, disorientò l’elettorato. Da allora, la “sinistra” italiana non ha smesso il suo declino che, a mio modo di vedere, non è né inevitabile né irreversibile.
Bisognava cambiare anche le regole del gioco, ma non perché la Costituzione italiana fosse “superata” o costituisse un ostacolo ai cambiamenti quanto perché un gioco almeno in parte nuovo avrebbe offerto sfide e opportunità non soltanto ai protagonisti partitici (e sociali), ma soprattutto agli stessi cittadini. La proposta di Craxi di una Grande Riforma fu, al tempo stesso, importante, ma anche indefinita. Mirava esplicitamente a scuotere il “bipolarismo” DC/PCI, ma anche a trasformare le modalità della competizione politica e di governo. Non so se con il suo pregevole libro Una Repubblica da riformare (Bologna, il Mulino, 1980) Giuliano Amato si ponesse anche l’obiettivo di precisare contorni e contenuti di una Grande Riforma che portasse a una forma di governo semi-presidenziale non dissimile da quella della Quinta Repubblica francese (che continuo a ritenere un obiettivo da perseguire). So, però, che non fu quella la strada intrapresa da Craxi. In Commissione Bozzi i socialisti frenarono praticamente su tutto. Oggi, quasi dimenticata, l’unica riforma per la quale Craxi si batté con successo fu l’abolizione del voto segreto nelle aule parlamentari, una riforma regolamentare importante che avrebbe potuto anche condurre a più democrazia nei partiti e a migliore rappresentanza politica. In seguito, quando arrivò l’opportunità di scuotere il sistema politico italiano in uno dei suoi gangli costitutivi, la legge elettorale proporzionale, Craxi commise un errore politico letale non solo opponendosi, ma finendo per apparire il capofila dei conservatori istituzionali proprio mentre, a fatica e non senza divisioni interne, gli ex-comunisti approdavano alla spiaggia della preferenza unica e si apprestavano ad andare nel mare aperto di una legge elettorale non più proporzionale.
Insomma, sono convinto che si possa legittimamente concludere che Craxi non seppe condurre fino in fondo le importanti battaglie che aveva iniziato. Non ha bisogno di nessuna riabilitazione poiché la sua figura politica ha effettivamente dominato gli anni Ottanta. Neppure, però, servono gli elogi incondizionati che impediscono di predisporre gli strumenti indispensabili per una strategia riformista: partito, cultura politica, istituzioni. Continuons le combat.
Gianfranco Pasquino, Professore Emerito di Scienza politica dell’Università di Bologna, è stato Senatore della Sinistra Indipendente dal 1983 al 1992 e dei Progressisti dal 1994 al 1996. Il suo libro più recente è Minima Politica. Sei lezioni di democrazia (UTET 2020). In corso di stampa Libertà inutile. Profilo ideologico dell’Italia repubblicana (UTET, febbraio 2021).
“Bobbio y Sartori. Comprender y cambiar la política” #video Gianfranco Pasquino presenta su libro
La propuesta de Gianfranco Pasquino es transitar en estas páginas el pensamiento de Norberto Bobbio y Giovanni Sartori deteniéndose especialmente en temas abordados por ellos en sus trayectorias como filósofos de la ciencia política. El recorrido incluye temas fundamentales como las nociones de ambos autores sobre la democracia, el papel de los intelectuales en la vida democrática, el sistema de partidos y temáticas de profunda actualidad. Con el conocimiento cercano de la vida y la obra que le otorga su condición de discípulo de ambos pensadores –perspectiva que no rehúye pero tampoco abusa de cierta agradecida nostalgia– pero desde la madurez del intelectual formado y probado en las armas de la disciplina, Pasquino nos acerca estas herramientas “para comprender y cambiar la política”.
Commentano: Mara Pegoraro e Cecilia Galván Moderatore: Luciana Berman
Gianfranco Pasquino es profesor de mérito de la Universidad de Bolonia, donde enseñó por más de treinta años. Fue discípulo de Norberto Bobbio y de Giovanni Sartori. Publicó y compiló más de medio centenar de libros y es autor de innumerables artículos en revistas científicas, notas de divulgación académica y de columnas sobre temas de actualidad en la prensa escrita. En las carreras de ciencia política de toda América Latina son bien conocidas sus obras dedicadas, sobre todo, a la enseñanza (El diccionario de ciencia política, que compiló junto con el dream team de los politólogos italianos Norberto Bobbio, Morlino, Panebianco, Bartolini, y los libros Sistemas políticos comparados y Nuevo curso de ciencia política). Sin embargo, el profesor Pasquino no solo ha enseñado y ha estudiado la política, también la protagonizó desde un lugar muy relevante. Fue senador de la República Italiana entre 1983 y 1992 y entre 1994 y 1996.
Nell’ambito della Settimana delle Scienze Politiche (organizzata dalla Carriera in Scienze Politiche dell’UBA), e per quanto riguarda l’edizione spagnola del suo libro “Bobbio y Sartori. Capire e cambiare la politica ”(Eudeba, 2020), lo hanno intervistato i professori Mara Pegoraro e Cecilia Galván .
Gianfranco Pasquino: “Las democracias son en sí mismas promesas incumplidas” #entrevista #NuevosPapeles
Entrevista argentina sobre la traduccion del libro Bobbio Y Sartori
Autor: Mara Pegoraro y Cecilia Galván
Gianfranco Pasquino es profesor de mérito de la Universidad de Bolonia, donde enseñó por más de treinta años. Fue discípulo de Norberto Bobbio y de Giovanni Sartori. Publicó y compiló más de medio centenar de libros y es autor de innumerables artículos en revistas científicas, notas de divulgación académica y de columnas sobre temas de actualidad en la prensa escrita. En las carreras de ciencia política de toda América Latina son bien conocidas sus obras dedicadas, sobre todo, a la enseñanza (El diccionario de ciencia política, que compiló junto con el dream team de los politólogos italianos Norberto Bobbio, Morlino, Panebianco, Bartolini, y los libros Sistemas políticos comparados y Nuevo curso de ciencia política). Sin embargo, el profesor Pasquino no solo ha enseñado y ha estudiado la política, también la protagonizó desde un lugar muy relevante. Fue senador de la República Italiana entre 1983 y 1992 y entre 1994 y 1996.
En el marco de la Semana de la Ciencia Política (organizada por la Carrera de Ciencia Política de la UBA), y a propósito de la edición en castellano de su libro “Bobbio y Sartori. Comprender y cambiar la política” (Eudeba, 2020), las profesoras Mara Pegoraro y Cecilia Galván lo entrevistaron. Agradecemos a Mara, Cecilia y a Luciana Berman y a Elsa Llnderrozas por permitirnos la reproducción de la misma.
Profesor Pasquino: Norberto Bobbio y Giovanni Sartori son dos grandes maestros de la ciencia política mundial, pero al mismo tiempo son dos autores y dos personalidades muy diferentes. ¿Cómo y por qué se le ocurrió la idea de publicar un libro que confronte la obra y el legado de estos dos gigantes?
Yo creo que es importante analizar y estudiar a Bobbio y a Sartori juntos porque comparten tres elementos muy importantes. Primero, han estudiado la democracia de manera diferente pero muy profundamente y han contribuido significativamente a su comprensión y análisis. Es decir, que no podemos comprender exactamente lo que era la democracia y lo que puede ser si no conocemos el pensamiento de Bobbio y de Sartori. Bobbio escribió un libro sobre la democracia y su futuro y Sartori escribió un libro muy importante sobre la teoría de la democracia. Segundo elemento que comparten: fueron ambos críticos del partido comunista, del comunismo italiano y en general. Eso es importante, no podemos decir que el comunismo ha muerto porque no es cierto, pero es importante no solamente porque es necesario criticar el comunismo, pero porque es necesario criticar al marxismo como teoría interpretativa de la vida política. Bobbio y Sartori lo hacen de manera diferente porque el primero intentaba obligar a los comunistas italianos a cambiar y el segundo intentaba excluir a los comunistas de la vida política de Italia como partido antisistema. Han contribuido en rechazo al marxismo, han obligado a los intelectuales comunistas italianos a cambiar. El tercer elemento que comparten es que ambos fueron intelectuales públicos, es decir, hombres que escribían en los diarios, que participaban en los debates públicos y que producían ideas y un sentido cívico que en Italia no está verdaderamente desarrollado. Y hay un cuarto elemento que no es tan importante, pero ambos fueron mis maestros, es decir, yo he estudiado ciencia política en la Universidad de Turín con Bobbio y mi especialización fue en la Universidad de Florencia con Sartori. Yo creo que son los dos intelectuales públicos de Italia más importantes de los años 70, 80 y 90.
Antes que nada, gracias a la carrera y a usted profesor por darme la posibilidad de compartir y de entrevistar a alguien que para nosotros, desde la Argentina y quienes estudiamos ciencia política, forma parte de la trilogía. Para nosotros es Bobbio, Sartori y Pasquino. A mí el libro me pareció de lo más interesante. Primero, porque humaniza a autores que para nosotros son literatura y, desde ese lugar, plantea una revisión de textos que uno ha leído y trabajado y que sigue dando en la facultad. Usted al inicio del libro plantea que la necesidad de contar un poco los principales aportes de Bobbio y de Sartori tiene que ver con hablarles a las nuevas generaciones y plantear si hay viejos interrogantes y nuevas respuestas, y cómo los clásicos por algo son clásicos. Y, en ese sentido, yo pensaba que el libro de Bobbio, El futuro de la democracia, sobre el que usted presta especial atención cuando describe el aporte del autor, tiene un título de lo más actual. Hoy las democracias, en particular en América Latina, enfrentan algunos desafíos que son nuevos, otros que son viejos, y parecieran persistir las promesas incumplidas de la democracia que anticipaba en ese libro con un título tan atemporal, lo que lo convierte en un clásico sin dudas. Mi pregunta es, como conocedor no sólo de la producción bibliográfica de Bobbio, sino que también de la persona, ¿hasta qué punto cree usted que los escenarios de reversión democrática que hoy existen en el mundo o de erosión democrática pueden ser pensados como una nueva promesa incumplida de la democracia en términos de lograr consolidarse como el único régimen político disponible? ¿Cómo pensar, un poco más teóricamente, la relación entre Estado y régimen político? Bobbio plantea en un punto, y usted lo destaca en el libro, que la democracia solo convive con el Estado de derecho. No obstante, aparecen nuevos modos de democracia que son adjetivados donde se da un poco de cruce con la idea de Estado de derecho. Entonces, ¿en su opinión cómo hay que pensar hoy estas promesas incumplidas de la democracia en estas nuevas formas democráticas, si es que podemos hablar de nuevas formas democráticas, en particular para América Latina?
Creo que si puedo decir que las democracias son en sí mismas promesas incumplidas, podemos decir que obviamente implanta el problema desde el punto de vista de lo que las democracias pueden hacer, que lo que no han hecho. El punto más importante en mi opinión es que las democracias no logran educar a los ciudadanos. Debemos tener democracias que produzcan ideas e informaciones y que convenzan a los ciudadanos a comportarse de manera democrática. La educación del ciudadano democrático es algo que la democracia debe hacer, pero la democracia en ese caso somos nosotros. Los otros ciudadanos democráticos deben saber cómo obligar, si puedo decir así, a los ciudadanos que no son democráticos, que son populistas, que tienen comportamientos autoritarios, que no aceptan la igualdad entre hombres y mujeres, a comportarse de manera democrática. Eso es un punto muy importante. Bobbio comparte con Sartori, que es más explícito, otro punto verdaderamente importante: la democracia como idea y como ideal. Nunca podemos obtener la democracia ideal que tenemos dentro de nuestra cabeza y corazón. A su vez, están las democracias reales, las cuales siempre tienen problemas. Entonces, yo no creo que hoy haya una regresión democrática. Hay algunos países dentro de los cuales hay problemas democráticos, inconvenientes, desafíos, tensiones, conflictos. Por ejemplo, en Polonia hay tensiones y conflictos. No es mi democracia ideal, pero es una democracia con problemas. Hay muchísimos problemas en lo que se consideraba democracia ideal de todo el mundo, como en EE.UU. Pero existe la democracia con problemas. Debemos enfrentarnos a los problemas y producir soluciones. Debemos entonces dividir en democracia ideal y democracias realmente existentes. Si hacemos esta operación, podemos intentar resolver algunos de estos problemas. Pero si tenemos una visión pesimista de la democracia no vamos a lograrlo. Otro elemento que Bobbio y Sartori compartían es que la democracia es prácticamente el único régimen político que puede reformarse. Los regímenes autoritarios cambian, pero no se reforman. Los regímenes totalitarios se derrumban o colapsan, solamente las democracias pueden reformarse. Entonces, los dos son en verdad intelectuales públicos, reformistas y progresistas.
Ambos autores sostienen esta tarea per
manente sobre la reflexión en torno a la democracia por esto de que siempre hay problemas. Una de las cuestiones que yo tenía en mente es en relación a la Teoría de la democracia de Sartori, de 1987. Él comienza el libro señalando que es en 1940 donde empieza una bifurcación entre lo que es la democracia real o empírica y la democracia normativa. Entonces, por qué empieza con esta discusión sobre desde dónde se empieza a cuestionar por qué tenemos que ir a pensar qué es la democracia. Y dice que 1940 viene desde dos lados. Por un lado, los que quieren tener sus definiciones de democracia, esa discusión tan parroquialista sobre lo que es la democracia sin saber su historia. Y, por otro lado, como bien señalaba al principio sobre el marxismo, hablar sobre democracia capitalista. En torno a eso, yo quisiera saber de dónde le parece a usted que tenemos que mirar las críticas a la democracia y a aquellos que la ponen en peligro. O sea, no solo faltaría reflexionar hacia dónde vamos o cómo la reformulamos, sino que tendríamos que volver a decir “No, esperen, la democracia es esto” y discutir qué es la democracia nuevamente. Básicamente, si ve esa amenaza latente después de 80 años de donde Sartori está marcando este dilema.
Sartori decía que hay dos posibilidades de definición. Una definición es histórica, la manera con la cual los hombres y las mujeres han definido la democracia. Todos sabemos que la democracia tiene una definición histórica muy elegante, pero con muchísimas posibilidades de interpretación. Es el poder del pueblo. ¿Quién es el pueblo? ¿Qué es el poder? ¿Cuál poder o cuáles poderes? Pero no podemos decir que la democracia no es el poder del pueblo. La democracia no es el poder de las élites, no es democracia, es un régimen elitista. Entonces, definición histórica primero. Segundo, podemos decir que hay definiciones negociadas, es decir, usted y yo decidimos que la democracia es cuando unos grupos gobiernan y otros grupos están a la oposición. Podemos decir que hay una democracia autoritaria, lo que sería una contradicción que Sartori no va a aceptar y que Bobbio tampoco acepta. Pero podemos intentar transformar la democracia. Un intento fue hecho por Robert Dahl. Llamamos poliarquía a las democracias porque no son los ciudadanos quienes gobiernan o tienen el poder, sino los grupos, las asociaciones. Podemos decir que la democracia es cuando los hombres y las mujeres enfrentan un problema y se asocian para resolverlo. Entonces, en línea general se puede definir democracia utilizando muchos adjetivos. No es la posición de Sartori como ha escrito muy claramente en su primer libro, Democrazia e definizioni, por lo que no podemos decir que existen democracias populares. El poder del pueblo popular es una contradicción que no puede ser aceptada. Entonces, sí, la democracia puede ser definida de muchas maneras diferentes, pero el núcleo central, el poder del pueblo, no puede ser excluido de la definición. Respecto al Estado de derecho, aquí tenemos un problema de idioma porque las palabras correctas serían Rule of law, “gobierno de la ley”, que es exactamente eso lo que los ingleses y los americanos dicen. Estado de derecho es otra cosa, es un producto de la experiencia Europea, un Estado que acepta, respeta y aplica las leyes, pero no es lo mismo que Rule of law. Los derechos son muy importantes y Bobbio y Sartori lo saben. Utilizan algunos análisis especialmente de Locke, de Hume, de sociólogos, pero lo que es importante es que los derechos son algo que los ciudadanos tienen y que el Estado de derecho respeta, promueve y protege.
La pregunta iba orientada desde dónde hoy, 80 años después de esos avances en contra de definiciones claras de democracia que marca Sartori, surge el problema para contestar. Qué tenemos que contestarles, a quiénes tenemos que hacerlos reflexionar sobre lo que es la democracia.
El problema surge porque hay algunos que no conocen la historia de la democracia ni la historia de la definición de la democracia e intentan manipular la democracia. Entonces, el problema no solamente es de definición, sino que también de concepción. Pero si aceptamos conceptos que no son vagos, que no tienen raíces en la historia del pensamiento político occidental, no podemos hacer un análisis aceptable. Entonces, la definición del concepto de democracia es y debe ser clara. Después podemos aceptar algunos adjetivos o algunas variaciones que perfeccionan la democracia. Por ejemplo, yo creo que algunas prácticas de democracia deliberativa pueden servir para perfeccionar la democracia que conocemos, pero sabemos que hay elementos que deben siempre existir: los derechos de los ciudadanos, la Rule of law, el gobierno de la ley, la importancia del cuidado de la ley, la separación de los poderes. La concentración de los poderes produce autoritarismo y, en algunos casos, totalitarismo también.
Profesor, yo voy a retomar parte de lo que le comentaba a Cecilia, pero voy a volver sobre la idea de educación de ciudadanos democráticos. Tiene que ver con la necesidad que forma parte de las promesas incumplidas de la democracia: cómo construimos ciudadanía democrática que además pueda garantizar soberanía individual, dos condiciones que van de la mano. Usted dijo que Bobbio y Sartori fueron intelectuales públicos, y ahí me surge la pregunta sobre el rol del intelectual, en particular, en la formación de los ciudadanos democráticos. Se instaló durante muchísimos años que los intelectuales eran apolíticos, confundiendo apolíticos con apartidarios, y entonces había una idea que iba más allá de la mera neutralidad valorativa de Weber. Era como el intelectual aséptico que no puede comprometerse. Y la democracia, dice Bobbio, requiere un compromiso normativo de quienes la piensan como ideal y real. Entonces, mi pregunta es operativa en términos del rol de los intelectuales hoy: cómo pueden contribuir los intelectuales y si podemos pensar qué es un intelectual hoy, en el mundo de las redes sociales y la fluidez del conocimiento en un montón de sentidos, para la construcción de ciudadanos democráticos. Muchos académicos o personajes que se denominan intelectuales producen una defensa de regímenes que se pelean bastante, no solo con el ideal democrático, sino que también con la mera democracia como método básico para la selección de gobernantes. En resumen, ¿dónde está la responsabilidad del intelectual para la construcción de la ciudadanía democrática?
Primero, los intelectuales públicos, pero los intelectuales en general, deben ser críticos porque todos sabemos que no existe nada perfecto. Entonces, debemos saber criticar, explicar por qué criticamos y lo que criticamos y, en algunos casos, producir o indicar soluciones. Bobbio fue exactamente un intelectual crítico. La palabra clave del pensamiento de Bobbio fue dubbio, la duda. Los intelectuales siempre dudan de lo que ven e intentan interpretarlo a través de sus conocimientos históricos, lo que leen, lo que han estudiado, lo que entienden. La palabra importante de Sartori sería que los intelectuales no deben solamente indicar los fines, sino que también deben saber cómo identificar las herramientas. Entonces, aparecen las herramientas analíticas, las herramientas de intervención. Sartori cree que la ciencia política puede ser aplicada, es decir, que tiene conocimientos importantes que dicen “Si se dan las condiciones ABC, es posible conseguir las condiciones XYZ”. Debemos entonces evaluar a los intelectuales cuando saben cómo enfrentar los problemas. Las soluciones pueden ser diferentes, pueden ser decididas para el poder político o para los ciudadanos que deciden cómo hacer, quién debe tener el poder para hacer. Eso es importante. Hoy es una generación mínima, hay poquísimos intelectuales públicos en el mundo. En los años 40, 50, 60, Europa tenía importantísimos intelectuales públicos, como por ejemplo Raymond Aron, George Orwell, Albert Camus. Hoy no hay. Probablemente el intelectual público de Europa más conocido hoy sea Jürgen Habermas, que tiene 88 años. La escuela de Frankfurt no ha producido nada más y tenemos problemas con EE.UU. también. Algunos intelectuales públicos han sido muy importantes, como por ejemplo John Rawls. Yo sé que el hombre es muy controvertido, pero creo que Mario Vargas Llosa es un intelectual público importante y creo que también Gabriel García Márquez lo fue. No voy a identificar intelectuales públicos en Argentina, pero Guillermo O’Donnell fue un importante intelectual público.
El “para qué” es muy fuerte en Bobbio y en Sartori y se percibe esta intensidad a la hora de estudiar y abordar los problemas. Una de las cuestiones relevantes en Sartori tiene que ver con el estudio de las leyes electorales y la influencia en los sistemas de partidos, como cuando estudia el parlamentarismo, el presidencialismo y el semipresidencialismo en ese de libro Ingeniería constitucional comparada. Incluso está el capítulo donde él promueve el presidencialismo alternativo y sueña un modelo que a mí me divierte mucho y que me pareció ingenioso para debatir y decir “Bueno, no es solamente describir, sino que también entender, comprender, modificar”. Esa necesidad de ir hacia una transformación me parece que es lo más relevante que tiene y transmite Sartori. En este sentido, sin Sartori después de 2017, el libro que usted escribe llega hasta la reforma de 2018 en Italia –la ley electoral Rosato- y en las noticias actuales en 2020 nos encontramos con un panorama muy difícil o, por lo menos, impensado después de 2018. Es con el Movimiento de 5 Estrellas con tanto poder, con una reforma de reducción del parlamento. Como que está invertido y ahora hay que buscar una ley electoral para ver qué se hace con esa reducción de parlamentarios. Entonces, yo quisiera ver cómo usted está viendo esto de acuerdo a las enseñanzas de Bobbio y Sartori y la ausencia de estos intelectuales públicos que decía Mara, y que nos preocupan también porque están ausentes en este debate.
¿Cómo estoy viviendo todo eso? Con preocupación, con irritación. Creo que los políticos y los periodistas no tienen bastantes conocimientos de la ciencia política. Dicen y escriben cosas que simplemente no son correctas. Entonces, no saben individuar los elementos que producen consecuencias. Es un debate bastante confuso. En algunos casos, no es manipulación, es confusión: no conocen los problemas que analizan. Creo que es necesario hacer una distinción muy clara entre la ciencia política aplicada y la ciencia política aplicable, que puede ser aplicada, porque la transición de la aplicabilidad a la aplicación es muy complicada. Yo diría que al centro de lo que Sartori ha escrito sobre el parlamento buscamos el problema de la representación política, es decir, cómo los parlamentarios intentan representar a los electores. Sartori ha escrito, yo diría, de manera memorable que los parlamentarios tienen miedo de una sanción, que es la sanción de los líderes de los partidos, mientras que deberían tener miedo de la sanción de los electores. Pero la sanción de los electores es menos importante que la que viene de los líderes del partido si la ley electoral es una ley mala, y las leyes electorales italianas (como la Ley del 2005, del 2014/15) son leyes malas. Es decir que no les sirven a los electores para utilizar su poder de escoger entre los candidatos y entre los partidos. Entonces, debe existir un criterio fundamental para evaluar las leyes electorales que es el poder de los electores. Las dos leyes electorales más recientes de Italia dan poquísimo poder a los electores y muchísimo poder a los líderes que deciden quién es candidato y, prácticamente, quién va a ser elegido.
El segundo elemento que me parece importante del parlamentarismo es que cuando hablamos de democracias parlamentarias, debemos saber que el corazón de esas democracias es el parlamento. Entonces, un parlamento bien elegido puede hacer funcionar la democracia de una manera destacable. Los parlamentos que no son bien elegidos producen consecuencias negativas sobre el funcionamiento de la democracia.
El tercer elemento es diferente. Usted ha dicho “presidencialismo alternativo”. Creo que sería mejor decir “presidencialismo alternante”. Entonces, aquí el problema es claro, yo creo que ha sido definido de manera excelente por Juan Linz. Con el presidencialismo, ustedes pueden elegir como presidente a cualquier persona que tiene recursos de visibilidad, de dinero, de ser exterior al sistema de los partidos contra la política que existe. Pero el problema es que eso produce situaciones que todos conocemos porque hemos visto. Trump es un ejemplo perfecto. Linz podría utilizarlo como el ejemplo perfecto de un outsider que no tiene ningún elemento político necesario para representar y gobernar un país. Eso no puede ocurrir en las democracias parlamentarias. Los líderes alemanes, ingleses, españoles e italianos también -con algunas excepciones- tienen una carrera política. Entonces, tienen conocimientos, tienen relaciones, no pueden ser separados de lo que ocurre en un país como ha sucedido con Trump. De esta manera, el presidencialismo alternante es que cuando el presidente es alguien que no sabe cómo gobernar puede ser reemplazado, el sistema va a ser un sistema parlamentario. Si el sistema parlamentario no produce consecuencias positivas (por ejemplo, tiene inestabilidad política), puede ser reemplazado por un sistema presidencial. Me parece una idea interesante, pero es muy difícil traducir la idea en práctica política.
Iba a hacer unas preguntas sobre Derecha e izquierda de Bobbio, pero ya que habló de Trump aprovecho y pregunto, aunque un poco igual viene a colación. En Derecha e izquierda Bobbio plantea que la democracia suele favorecer a los moderados y castiga a los extremistas. Trump es un outsider, algunos hablarían de liderazgo autoritario, y en América Latina aparece un proceso de creciente polarización y radicalización del discurso político o de la acción política. Entonces, a mí no me queda muy claro si la democracia sigue premiando a los moderados y castiga a los extremistas o, en una de las promesas incumplidas de la democracia, no logramos instaurar la moderación como curso de acción política en esta tensión que Bobbio plantea entre extremistas y moderados en contextos democráticos. Y ahí Trump es algo más que un outsider. Para Levitsky y para Ziblatt, en el libro de Cómo mueren las democracias, el liderazgo de Trump es un liderazgo amenazante para una democracia que nunca se nos ocurriría decir que no estaba consolidada. Entonces, en su opinión, tal vez saliendo un poco de hacer la interpretación sobre Bobbio y Sartori, ¿cómo lee la emergencia de estos liderazgos autoritarios y democracias que parecen premiar electoralmente liderazgos extremistas, contrario a lo que Bobbio sostenía de que la democracia premiaba a los moderados?
La democracia de EE.UU. ha sobrevivido a Trump y Trump ha perdido las elecciones. Entonces, el extremista ha sido derrotado, lo que es muy importante. Es decir que las instituciones y las reglas del juego han resistido a las presiones de Trump, a la polarización que él ha introducido como herramienta de gobierno y de representación. Eso me parece muy importante porque es verdad que algunos comportamientos de Trump fueron autoritarios pero, en general, las instituciones han logrado rechazar algunos de los comportamientos y al final los electores han derrotado a Trump. Eso me parece una buena enseñanza. Y yo diría sí, que las democracias mueren. Levitsky y Ziblatt dicen algo similar, pero no exactamente como yo creo que se puede decir. Las democracias mueren cuando las élites abandonan comportamientos democráticos, cuando no respetan las leyes, cuando deciden utilizar herramientas autoritarias. No es el pueblo que derrota la democracia, son las élites. En el contexto de EE.UU., los republicanos han apoyado a Trump de manera exagerada, demasiado. Vamos a ver si lo abandonan ahora que ha perdido las elecciones pero, en general, la democracia de EE.UU. ha reaccionado contra Trump. Yo diría otra cosa: que no tenemos ningún ejemplo de democracia bastante consolidada pero que la consolidación sea algo que tenemos que analizar de manera más profunda. O sea, ninguna democracia consolidada que haya desaparecido en los últimos cincuenta o sesenta años. Todos los países que han conquistado la democracia desde 1945 han logrado quedar democráticos. Vemos desafíos a la democracia pero ninguna ha desaparecido. Yo podría decir que hay una excepción, es decir, que Turquía no es una excepción porque tenía una democracia consolidada. Rusia no es una excepción tampoco porque nunca fue una democracia. La excepción es Venezuela porque este país tenía una democracia que parecía bastante consolidada, con dos partidos grandes: un partido social demócrata y un partido demócrata cristiano, COPEI y Acción Democrática. ¿Cuál fue el problema? El problema fue que los partidos dejaron el camino abierto para un líder autoritario, el líder populista. Aquí hay una grandísima generalización de un científico político de EE.UU., Schnaider: las democracias nacen con los partidos y los partidos nacen con las democracias. Entonces, el mensaje es que si queremos construir una democracia de calidad y aceptable debemos construir partidos democráticos.
Bueno, un poco en línea con lo que viene diciendo sobre la situación actual de la democracia: hay unos párrafos en el libro que hablan sobre las fracturas políticas que originan partidos vs. las fracturas sociales. Entonces decimos que las fracturas sociales, como originantes de los partidos políticos, corresponden a una etapa y que las fracturas políticas serían las que ahora están dando origen a nuevos partidos. A mí me gustaría que explicara un poco esto porque me parece que puede ser una categoría útil para entender qué está pasando en las democracias, por qué hay más partidos en Europa y que no tiene que ver con algo subyacente, tan sociológico, sino que tiene que ver con lo que viene desde arriba y qué pasa con esto.
La fractura política más importante hoy es clarísima: la fractura entre los que quieren una Europa federal, una Europa políticamente unida a través del federalismo, y los que no quieren eso y se oponen a una Europa federal. Los partidos de derecha en general están contra la Europa y la mayoría, pero no todos, los partidos de izquierda están a favor de la Europa. Eso es una fractura política clarísima. Eso es lo que ha escrito Altiero Spinelli en 1941 en el famoso “Manifiesto de Ventotene”. Y creo que esa verdadera fractura que puede producir el nacimiento de partidos y mismo la muerte de algunos partidos que no representan lo que los electores quieren. En los otros países veo que hay fracturas como en Argentina, que veo que hay una fractura política clarísima: los peronistas y los otros, es una fractura política permanente y que es muy importante, que representa algo significativo en la historia y en la política argentina también. En otros países de Latinoamérica hay hoy fracturas políticas que no son bastante importantes para producir nuevos partidos porque hay fracturas de tipo culturales también. El populismo son los que tienen una visión de nación y de pueblo que es diferente de los otros que son definidos como elitistas. Pero es una fractura política, no son los pobres contra los ricos, es una concepción de lo que debemos hacer si queremos representar a los que no tienen recursos. Los partidos populistas construyen su fractura política para obtener el consenso del pueblo. En EE.UU. la fractura es clarísima, es cultural. Los que aceptan verdaderamente una sociedad y un sistema político multicultural, y los que piensan que los blancos, deben continuar gobernando manteniendo el poder político. Esa es una fractura cultural que ha producido la polarización porque la polarización de EE.UU. es la consecuencia del hecho de que los republicanos van a la derecha extrema. Es una fractura cultural y podemos decir que religiosa también. Los evangélicos apoyan y han apoyado a los republicanos y a Trump. La pregunta es muy difícil, pero creo que he intentado producir algunos elementos necesarios para comprender lo que ocurre.
Yo tengo una última pregunta. Voy a traer a otro italiano a la mesa. Usted hablaba de esta famosa frase de Schneider de “Sin partidos no hay democracia y sin democracia no hay partidos”, esa necesidad de implicación en el desarrollo de uno y otro. Hay otro italiano, Angelo Panebianco, sobre todo en lo que tiene que ver con el origen de los partidos político. Panebianco plantea algo que tiene que ver con los partidos que son buenos partidos. Son aquellos que distribuyen bienes en incentivos colectivos. Y el incentivo colectivo central que distribuyen los partidos es la identidad. Mi pregunta es ¿qué futuro tiene la democracia si los partidos que distribuyen bien esos incentivos son partidos no democráticos? Cuando los partidos son fundamentalmente populistas o con sesgos autoritarios, ¿cuál es el futuro de la democracia si los partidos que son eficientes en distribuir identidad no tienen un compromiso normativo con la democracia
¿Tiene ejemplos que yo pueda analizar de partidos que distribuyen identidad y que no son democráticos?
Sí. Cuando el partido republicano, a la cabeza del discurso de Trump, construye un discurso de supremacía blanca o cuando se instala el discurso del odio. Usted hablaba de la Argentina. Sin entrar en la profundidad sobre la naturaleza de la grieta política en Argentina, si esa grieta hoy, además, es social y si tiene un discurso de clase –un poco la discusión o la tensión entre libertad o igualdad que aparece tanto en esa grieta política-. Parecen ser partidos que recogen una alta voluntad electoral y construyen un discurso que engloba a muchos ciudadanos, pero su sentimiento es antidemocrático. Entonces, ¿hay futuro para la democracia si los partidos no son normativamente democráticos?
No habría un futuro, pero diría que los partidos que no tienen en su interior procedimientos o reglas democráticas no pueden obtener un gran éxito electoral. Hay un nivel al cual los partidos no democráticos pueden llegar, pero no pueden nunca llegar más que eso. Puedo decir que el ejemplo más interesante es el partido Nacional Socialista alemán, el partido de Hitler. Nunca obtuvo la mayoría de los votos de los alemanes, 35-40% en elecciones libres. Hoy, por ejemplo, Alternative für Deutschland (Alternativa por Alemania), el partido de extrema derecha, tiene el 10-12-15% de los votos. Marinne Le Pen ha ganado, creo, el 30-35% de los votos. El partido independentista de Gran Bretaña ganó el 15% de los votos. Los republicanos en EE.UU. nunca ganaron la mayoría de los votos tampoco, entonces, creo que hay dificultades. Si los partidos utilizan solamente una identidad que es necesariamente la identidad del pasado, no va a ocurrir ni va a producir poder político. Si puedo interpretar al futuro, yo diría que los republicanos de EE.UU. van a cambiar porque saben que si no cambian, puede quedar una minoría permanente. Y tenemos ejemplos en el pasado de los dos partidos que han cambiado de manera muy importante cuando perdían las elecciones, eso es posible.
La identidad de los electores también puede cambiar. Por ejemplo, en Europa hoy hay electores que no se definen solamente como italianos, franceses, holandeses, sino como europeos e italianos, europeos y franceses, europeos y holandeses también. Es decir que debemos interpretar la identidad como algo que puede evolucionar a través del tiempo.
Ya tenía en mente una pregunta que a mí me interesaba alrededor de Sartori y cómo él recupera a Schumpeter y a Downs porque mí me gusta mucho Schumpeter y me gustaba mucho Downs, dos economistas. Y para mí hay como una sorpresa en los textos de Sartori: los toma muy en serio y se apropia mucho de sus textos. Un poco en relación a la pregunta de Mara, con esta idea de que los partidos tienen que saber competir y la respuesta que usted ha hecho en relación que hay un incentivo para que estas identidades tan inventadas de estos partidos nacionalistas o de extrema derecha empiecen a competir bien me acordé de este interés mío por saber qué pasa con esa lectura que hace Sartori sobre Schumpeter. Es uno de los mejores lectores de Schumpeter en la ciencia política, su aporte para recuperar a Schumpeter para la disciplina me parece fundamental.
Sartori critica el elemento central de Downs: la competencia política. Porque no es verdad que los electores están en el centro del sistema político, hay electores que no cambian y que entonces pueden ser de extrema derecha y de extrema izquierda. Si el partido de extrema izquierda intenta conquistar a los electores del centro, va a perder algunos electores de extrema izquierda. Lo mismo ocurre con el partido de extrema derecha. Entonces, hay una situación en la que debemos saber cuáles son las reglas de la competencia política, de la competencia electoral. Downs es muy claro y muy lindo yo diría, pero tiene algunos problemas. No es solamente un problema de conquistar electores, es un problema de no perder el alma. Shumpeter es verdaderamente importante y creo que él tiene una visión de la democracia que es una democracia presidencial o presidencialista. Sartori prefiere las democracias parlamentarias. Entonces, Sartori prefiere a Kelsen, que es un autor que a Bobbio le gusta mucho. Y Kelsen prefiere una democracia parlamentaria, partidaria y proporcional. De aquí, el concepto importante es la representación. Sartori mejora la teoría de Shumpeter porque dice que este intenta explicar cómo los políticos compiten. Los que competen saben que deben escuchar lo que los electores quieren y aprender de los mismos. Entonces, aquí el concepto importante es accountability, responsabilidad, es decir, no es verdad que cuando elegimos un líder, él es libre de hacer lo que quiera porque si quiere ser reelegido, debe ser responsable. Eso es lo que Sartori introduce en la teoría de Schumpeter. Y hay otro elemento que me parece importante: la relación entre los líderes. Ellos establecen una relación que puede ser muy productiva porque, esta vez, a través de redes obtienen y producen información. Esta es importante en la teoría de Downs. Son uno de los elementos que definen una democracia: derechos, accountability o responsabilidad y la separación de los poderes. Todo eso existe en la teoría de Schumpeter. Debemos leerlo con más atención, Schumpeter tiene todos los elementos necesarios para explicar lo que es una democracia, aun una democracia presidencial. Lo que Sartori evalúa muy positivamente de Schumpeter es la claridad y la perfección o elegancia de la teoría.
NP Nuevos Papeles 06 12 2020
Passata la festa gabbate le sante? #25novembre #controlaviolenzasulledonne
La violenza sulle donne non cesserà (ri)”educando” gli uomini, vaste programme. Sarà grandemente ridotta quando le donne avranno ottenuto tutte le opportunità necessarie alla loro istruzione e alla loro autonomia, professionale e economica. Quando potranno scegliere di stare e/o di andarsene. Il welfare state rende le donne libere. Già cinquant’anni fa, Bobbio sostenne che il progresso civile, prima ancora che economico, dipende dalla condizione delle donne. Una lezione ancora da imparare, non soltanto in qualche continente, ma anche in Italia.