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Il trumpismo prima e dopo the Donald

Faremmo troppo immeritato onore a Trump se attribuissimo il trumpismo tutto alle sue “qualità” personali. Al tempo stesso, finiremmo per nutrire l’improbabile aspettativa che con la sua uscita di scena scomparirà quanto di molto sgradevole e sconveniente ha caratterizzato buona parte della società americana nei quattro anni della sua pessima Presidenza. Invece, il coacervo di risentimenti, rancori, demonizzazioni di cui si è nutrito il trumpismo hanno una storia lunga e si proiettano nel futuro.

  Il suprematismo bianco, versione contemporanea del Ku Klux Klan, non è mai finito. Anzi, gli otto anni della Presidenza dell’afro-americano Barack Obama gli hanno dato una spinta possente. Tuttora sono molti fra gli elettori repubblicani coloro che continuano a negarne la legittimità asserendo, contro tutta la documentazione esistente, che Obama non doveva diventare Presidente in quanto nato all’estero. Le condizioni economiche e sociali dei neri americani sono peggiorate e le straordinariamente ingiuste modalità di trattamento da parte delle varie polizie locali hanno dato una forte spinta al movimento Black Lives Matter visto come una minaccia dai suprematisti bianchi sempre condonati dal Presidente. Peraltro, tutti i gruppi etnici, a cominciare dai latinos, sono stati pesantemente insultati da Trump.

   La mentalità paranoica nella politica USA, analizzata circa ottant’anni fa dal famoso storico di Harvard Richard Hofstadter, ha trovato espressione nelle decine di migliaia di tweet di Trump e dei suoi sostenitori, in particolare di coloro che vedono cospirazioni e complotti dappertutto. La sconfitta nel 2016 di Hillary Clinton, sbeffeggiata per tutta la campagna elettorale, anche al grido “mettetela in galera”, aveva fra le sue componenti l’antifemminismo e l’invidia per una donna colta che era giunta quasi al vertice istituzionale più alto. Il disprezzo per la scienza e per le competenze, anche dei medici, è un’altra delle componenti propriamente populiste del trumpismo, manifestatasi appieno potendo contare sul sostegno del Presidente. La maggior parte degli esponenti politici repubblicani hanno sfruttato consapevolmente questo corposo grumo di emozioni e manipolazioni, influenzando il loro elettorato, ma finendone prigionieri.

   L’assalto al Congresso, “palude” è il termine usato da Trump per definire la politica in Washington, D.C., è stato lanciato dalle parole del Presidente, ma in quel Congresso più di 100 rappresentanti repubblicani e almeno dodici senatori si erano preparati a dichiarare illegittima l’elezione di Joe Biden. Nessuno di questi atteggiamenti, suprematisti al limite del razzismo, maschilisti, antiscientifici, populisti, di risentimento sociale e culturale, è destinato a sparire nei giorni nei mesi negli anni successivi all’uscita di Trump dalla Casa Bianca. Molti resteranno a lungo anche perché largamente tradotti nelle nomine di giudici reazionari, compresi quelli alla Corte Suprema. Biden e i Democratici hanno molto lavoro da fare.

Pubblicato Agl il 8 gennaio 2021

Davvero c’è una crisi della democrazia? Solo le democrazie dimostrano capacità di adattamento e di risposta alle sfide, solo le democrazie sanno riformarsi

Troppo occupati a parlare della crisi “epocale” della democrazia, gli analisti non hanno dedicato abbastanza attenzione a quello che succede nelle democrazie realmente esistenti. Dal 21 febbraio a oggi nessuna protesta significativa (tranne in Francia ma era il seguito di qualcosa), nessun tumultuoso cambio di governo, libere elezioni con la meritata sconfitta di Trump. Le democrazie reali si informano, imparano si riformano.

“Trump perdió las elecciones, pero el trumpismo no desaparecerá”: Gianfranco Pasquino @RevistaSemana

El reconocido politólogo italiano habló con SEMANA acerca de los resultados de las elecciones en Estados Unidos, el estado de la democracia y las consecuencias de la pandemia en el mundo.

Gianfranco Pasquino, politólogo y referente mundial en Ciencia Política, fue el invitado principal de la Semana del Politólogo organizada por la Universidad de San Buenaventura, sede Bogotá. SEMANA habló con el experto.

SEMANA: ¿Qué conclusión dejaron las recientes elecciones en Estados Unidos?

Gianfranco Pasquino (G.P.): Es evidente que, en general, la democracia de los Estados Unidos es de buena calidad, pero sus debilidades quedaron expuestas por Donald Trump, una persona que no respeta las reglas, es individualista y busca el beneficio propio por encima del ciudadano. El problema democrático en Estado Unidos es el sistema electoral, no funciona bien. Eso se debe reformar.

SEMANA: ¿La crisis democrática que vivió Estados Unidos durante el periodo Trump se trasladó al resto del mundo?

G.P.: Diría que las democracias en el mundo funcionan bien por regla general. Aun si no apreciamos los resultados y hay espacio para mejorar, se encuentran en mucho mejor estado de salud que regímenes autoritarios como el de Venezuela. No podemos generalizar con el caso de Estados Unidos. La Unión Europea, por ejemplo, es más democrática de lo que muchos piensan, y hay democracias ejemplares como las de Nueva Zelanda o Dinamarca. Hay problemas en algunos sistemas políticos democráticos, pero no existe una crisis de la democracia como tal.

SEMANA: ¿Qué tiene que hacer el Gobierno de Joe Biden para recuperar la confianza del país?

G.P.: El problema de la democracia en Estados Unidos tiene dos elementos importantes. Primero, que es una república presidencial federal. El federalismo es un problema cuando hay elecciones, el Colegio Electoral es una manera de mantener el poder de los estados y tomar o extraer el poder de los ciudadanos. Es insólito que un candidato pueda tener más votos y perder la elección, como fue el caso de Al Gore en el año 2000 y de Hillary Clinton en 2016. Eso es un problema severo y es producto del federalismo. El segundo elemento importante es que la elección presidencial permite a hombres con recursos no políticos ganar las elecciones. Es el elemento más negativo del presidencialismo. La elección presidencial ofrece una oportunidad a hombres y mujeres sin carrera y conocimientos políticos porque los electores se interesan por la popularidad. Es el caso de Trump, quien tenía una enorme visibilidad televisiva, mucho dinero y se presentó como un candidato contra la política de Washington. En un sistema político parlamentario, los parlamentarios pueden cambiar el gobierno. Pero en un sistema presidencial es más difícil cambiar al jefe de gobierno. El impeachment fue el intento de sacar a Trump, pero no fue posible.

SEMANA: ¿A Trump le queda carrera política?

G.P.: Como ciudadano espero que no, que no tenga otra oportunidad política. Trump tiene problemas jurídicos. En Nueva York, por ejemplo, enfrenta acusaciones de corrupción. Pero hay que fijarse en que 70 millones de norteamericanos han votado a Trump. Eso es increíble, porque Trump perdió las elecciones pero el trumpismo no desaparecerá. Hay sentimientos, comportamientos y muchos elementos emocionales que construyen el discurso de Trump y sus seguidores que no han desaparecido. Hay racismo, individualismo y culto a la violencia, que indican que el trumpismo seguirá siendo un elemento importante de la cultura de los Estados Unidos.

SEMANA: ¿Qué implicaciones tendrán estas elecciones en América Latina?

G.P.: Joe Biden es un hombre bastante moderado, y creo que no tiene un especial interés en América Latina. Creo que solo podrían influir sobre la política de América Latina las organizaciones de latinos en los Estados Unidos. Sabemos que hay dos grupos: los mexicanos, que son bastante progresistas, y los cubanos, que son bastante conservadores y anticomunistas. Podemos comprender las diferentes posiciones de ambos, y sus representantes, como el senador Marco Rubio de Florida, tienen mucho poder para influir sobre la política latinoamericana, ya que los demócratas perdieron ese estado. En todo caso, Rubio puede representar los intereses de los cubanos, pero no veo grandes peligros para América Latina. Creo que Biden debe ver el problema de Venezuela de manera

moderada, sin enfrentarse verticalmente con Maduro, pero eventualmente debería intentar cambiar las situación en Venezuela.

SEMANA: Cuando comenzó la pandemia, se temió que fuera un escaparate para el populismo. ¿Cree que la pandemia dio paso al populismo, o todos estos movimientos serán un paréntesis histórico?

G.P.: La pandemia será un paréntesis y sus consecuencias durarán por mucho tiempo. Producirá muchas desigualdades y una crisis económica que podría prolongarse por varios años. Será muy difícil volver a la situación económica anterior. En todo caso, no creo que la pandemia sea algo positivo para los populistas, porque no existe ninguna solución exclusivamente nacional para la pandemia. La respuesta debe ser internacional, y los estados europeos lo saben muy bien. Se ha demostrado que no es viable cerrar las fronteras, eso no derrota la pandemia. Por otra parte, la pandemia necesita una intervención importante de los estados. Solo si estos coordinan sus políticas económicas y sociales pueden derrotar la pandemia. Si no saben cómo coordinar sus políticas, la pandemia va a continuar. No somos una pequeña isla, no es suficiente cerrar las fronteras, la solución está en las políticas supranacionales.

SEMANA: ¿El mundo cooperó para enfrentar el impacto económico de la pandemia?

G.P.: La Unión Europea sabe que puede ejercer su influencia sobre África y que es necesario ayudar a los países africanos. Eso sí, me sorprende que la Unión Europea no tenga una verdadera política latinoamericana. Solo España tiene más interés en Latinoamérica que la Unión Europea en general. Pero al final tendrán que aparecer políticas a gran escala que sean compartidas. Eso se puede hacer, es muy difícil; creo que deben usarse instituciones como la Organización Mundial para la Salud (OMS) en estos casos. Trump no trabajaba con la OMS. Pero algo está claro: si el terror es mundial, no hay soluciones en manos de los estados. La cooperación es absolutamente indispensable.

11/19/2020 Semana

Quel carisma d’ufficio di Biden che sta già cambiando l’America @DomaniGiornale

La vittoria di Joseph Biden è stata netta per voti e Stati conquistati, ma inferiore alle aspettative e ai sondaggi. La sconfitta di Trump è innegabile, ma il suo risultato in termini di voti ottenuti è stato straordinario e preoccupante. Quasi 74 milioni di americani hanno dato il loro voto a colui che è probabilmente stato in assoluto il peggior presidente degli USA. Certamente Biden cambierà stile e modalità di rapportarsi all’elettorato e al resto del mondo. “America is back” significa il ritorno ad una democrazia che era stata apprezzata un po’ dovunque e che sulla scena mondiale aveva costituito l’asse portante di quello che è stato definito “ordine internazionale liberale”. Di qui, con buona pace di alcuni scettici commentatori nostrani, discenderà anche la ricerca di ristabilire buoni rapporti di cooperazione con l’Unione Europea.

   Sul piano interno, Biden ha più di un problema da affrontare e risolvere. Se gli elettori della Georgia non faranno vincere entrambi i candidati democratici al Senato, sarà difficile anche per il navigatissimo ex-senatore Biden riuscire a fare approvare in un Senato a maggioranza repubblicana le leggi che gli stanno più a cuore e, forse, persino a ottenere la conferma delle nomine che sta effettuando. In maniera sobria e riflessiva, il Presidente-eletto ha già dato alcune indicazioni significative nelle prime nomine ufficiali. In primo luogo, farà affidamento su persone che hanno già avuto precedenti esperienze di governo, ad esempio, durante l’Amministrazione Obama, e nelle quali, avendo già lavorato con loro, ripone molta fiducia. L’esperienza pregressa serve, fra l’altro, anche a minimizzare gli eventuali inconvenienti di una transizione ritardata alla quale Trump e i suoi sodali continuano a frapporre ostacoli. In secondo luogo, Biden ha già reso evidente che la sua squadra includerà molte donne in ruoli rilevanti, dal Tesoro all’Intelligence e alle Nazioni Unite che avranno un’ambasciatrice di colore con lunga esperienza. Biden sa che il Movimento Black Lives Matter si attende molto da lui anche in termini di nomine, ma soprattutto di politiche. Nel passato il senatore del Delaware è stato tutt’altro che progressista nel settore dei diritti civili. Rimangono da soddisfare in qualche modo le richieste portate avanti nelle primarie dal senatore Bernie Sanders e dalla senatrice Elizabeth Warren e, più in generale, dalla generazione delle parlamentari progressiste. Uso il femminile non per ossequio, che non intendo fare, al politically correct, ma perché sono molto più le donne degli uomini che si caratterizzano per posizioni più avanzate. Sono, come si dice, in ballo due nomine specialmente importanti, quella del Segretario al Lavoro e quella dell’Attorney General (Ministro della Giustizia), cariche che i democratici progressisti desidererebbero fossero affidate a loro esponenti. Il quadro complessivo si va componendo, ma, proprio queste due nomine potrebbero mandare molto più che un segnale significativo di cambiamento di prospettiva e di politica.

La Presidenza degli USA è una carica che può essere plasmata in maniera davvero notevole dalla personalità di chi la ottiene, ma che, sua volta, offre al Presidente grandi opportunità di esprimere il meglio (e il peggio) di sé. Notoriamente Biden non è un leader carismatico, vale a dire dotato di qualità personali eccezionali riconosciutegli diffusamente. Troppo brevemente, Obama sembrò essere carismatico. Facendo ricorso ad una antica, ma classica dicotomia, Biden è stato, forse deliberatamente, un broker (mediatore) più che un leader. Tuttavia, intrinsecamente, la Presidenza offre quello che Max Weber ha definito “carisma d’ufficio” che discende non soltanto dalla natura e dai poteri della carica, spesso contrastati, proprio come voleva James Madison, dal duplice meccanismo dei “freni e contrappesi” e della separazione delle istituzioni, ma in modo speciale dall’autorevolezza che viene conferita al detentore della carica. Se l’America deve essere, nella famosa e talvolta abusata espressione tratta dalla Bibbia ad opera dei Puritani guidati da John Winthrop, “la città che splende sulla collina” (espressione di cui fece appassionato uso Ronald Reagan), allora il capo di quella città ha enormi responsabilità (e opportunità). Molto più mondanamente, a causa della sua età, è probabile che il Presidente Biden sappia che dispone di un solo mandato per lasciare il suo segno. L’inizio sembra promettente.

Pubblicato il 25 novembre 2020 su Domani

Desafortunadamente no hay estabilidad política en A. Latina: Pasquino @ElNuevoSiglo

GIANFRANCO PASQUINO, referente mundial en Ciencia Política y quien fue el invitado principal a la Semana del Politólogo organizada por la Universidad San Buenaventura, sede Bogotá, habló en exclusiva con EL NUEVO SIGLO sobre el futuro político de la región y sus percepciones sobre los procesos electorales del continente.

EL NUEVO SIGLO: ¿Cuál es su opinión de la polarización política en América Latina y cómo podría afectar la estabilidad regional?

GIANFRANCO PASQUINO: Desafortunadamente no hay una estabilidad política regional en América Latina. Siguen siendo indispensables las elecciones libres y respetuosas, especialmente con las oposiciones. Los problemas de los latinoamericanos tienen soluciones que independiente y solamente de manera autónoma los gobiernos de cada país pueden resolver. Mi opinión, que puedo defender con fuerza y con muchas razones, experiencias y libros, es que los populistas siempre seguirán siendo el problema y nunca serán la solución.

El continente siempre se ha visto desbordado de personalismos a través del presidencialismo, donde se premia a la persona y sus ideas, y no al partido, sea de izquierda o de derecha.

Indiscutiblemente, la región deberá afrontar el tema de la situación de inestabilidad política de Venezuela, que es un factor de crisis de inmenso impacto, asimismo deberá procurar instar al restablecimiento de la democracia a través del fortalecimiento de los partidos políticos y de garantías electorales, sin embargo, todo está por verse.

En conclusión, el panorama político de América Latina no se puede pintar como una marea roja o azul, su futuro y estabilidad dependerá de la capacidad de los dirigentes que lo regentan.

ENS: ¿Cómo ve el proceso electoral venezolano y la continuidad de Nicolás Maduro del poder?

GP: Maduro tiene que irse, así de claro y contundente.

El proceso electoral venezolano ha sido manipulado. La oposición debe intentar construir una fase de transición con procedimientos democráticos e incluyentes. Venezuela por historia, pese al chavismo, siempre ha sido un país democrático y llegó el momento de revitalizar sus tradiciones democráticas y participativas.

Hoy está nación es un caso muy triste, pero no perdido. Sigo creyendo y apostando por una transición de gobierno por las buenas y un cambio que permita reestablecer la democracia.

Solo el destino nos dirá qué deparan las “elecciones” y si el régimen de Nicolás Maduro llega a su final, ojalá por medio de la negociación y no por la fuerza.

Por lo pronto, considero que Estados Unidos seguirá generando presión hasta lograr que Maduro salga, seguramente por medio de sanciones económicas, pero el discurso cambiará y se volcará hacía un nivel más diplomático, que buscará el restablecimiento de la democracia sin entrar en amenazas bélicas.

ENS: ¿Cuál es su opinión sobre el proceso constitucional en Chile?

GP: Chile también tiene una larga tradición democrática. En esta nación existe una amplia ciudadanía democrática y una mayoría de políticos que saben distinguir y diferencial entre una democracia y un régimen autoritario. En 1988, en otro plebiscito, y en el 1989, cuando se realizaron las elecciones presidenciales, yo fui observador parlamentario en este país. Hoy con mucha alegría veo que ha vuelvo la democracia a la nación austral.

El proceso constitución que recién vivió fue un paso tremendamente importante, el plebiscito fue una decisión en contra de elementos poco democráticos de la constitución antigua, que abre el camino a una nueva ola de democratización. Esperemos que la asamblea logre manifestar claramente las reglas para la construcción de una nueva sociedad, más incluyente y más equitativa.

Finalmente, estoy convencido que los chilenos van escribir una excelente constitución y a mejorar el funcionamiento de la democracia.

ENS: ¿Cuáles podrían ser los efectos en la política exterior de Estados Unidos la elección de Joe Biden?

GP: Biden va a ser un presidente muy equilibrado que sabe cómo negociar sin enfrentarse con China, sin mostrarse débil con Rusia, sin hacer interferencia en la política de los países latinoamericanos, pero, con la convicción que por encima de todo y de cualquier interés, defenderá los Derechos Humanos e individuales. Biden intentará, además, reconstruir un orden internacional liberal con mucha atención al medioambiente y a los acuerdos de Paris. En esto se concentrará para desarrollar sus principales acciones en política exterior, por lo menos al inicio de su gobierno.

En cuanto a Rusia, Biden tendrá que lidiar con una relación histórica y tradicionalmente tensa, pues la nación de Putin sigue siendo fuerte y determinante en la geopolítica europea y seguirá incidiendo fuertemente sobre esta región, poniendo quizá en riesgo, sino se maneja bien, los intereses de los Estados Unidos en esta parte del hemisferio.

De otra parte, con China, Biden no se va a desgastar manteniendo un conflicto o guerra comercial. El gigante asiático tiene otros intereses, particularmente en África o América Latina como zonas de influencia comercial. Puede que regresen a China los aíres tensos o belicosos, pero sobre su esfera de influencia geopolítica cercana, no como para pensar una guerra con Estados Unidos.

ENS: ¿Y cuáles podrían ser las consecuencias para América Latina?

GP: Consecuencias buenas, positivas, pero no automáticas. Los gobernantes de los países de América Latina deben explotar la oportunidad de la presidencia Biden para establecer relaciones económicas, culturales y políticas que contribuyan al desarrollo.

Estados Unidos tiene muchos problemas internos, así que esa será su prioridad, tratar de unificar, de generar consenso, de disminuir la xenofobia, el racismo. En otras palabras, Latinoamérica no es su prioridad, tiene otra agenda geopolítica a la cual darle mayor importancia. Esto podría convertirse en una ventaja comparativa para el devenir de los pueblos de la región.

ENS: ¿Qué lecciones pueden sacarse de la gestión del covid-19 en Europa?

GP: Las cifras siguen en un aumento, lo cual evidencia que los italianos algo estamos haciendo muy mal. En otras palabras, no somos ejemplo a seguir, por lo menos en términos de manejo de la pandemia.

Actualmente los casos diarios de Covid–19 sobrepasan los 30 mil positivos y se registran cada 24 horas no menos de 300 muertes. Hemos superado el millón de contagios desde que inició la mortal pandemia. Hoy el número total de fallecidos por el letal virus ya ronda los 42 mil.

Por lo tanto, la principal lección es que el covid-19 existe, no es un simple resfriado y nos está matando.

Es una pandemia que va a perdurar en el tiempo y que será mortal para muchas personas y en muchas latitudes. Ahora es cuando más necesitamos respetar las reglas y no bajar la guardia. En Italia, y lo digo con vergüenza, no creímos en el impacto de este virus y hoy enfrentamos las consecuencias.

La pandemia en resumen es un test de inteligencia y de sentido cívico que nos probará una y otra vez. No será un paréntesis y va a durar mucho tiempo, producirá muchas desigualdades por muchos años y debemos afrontarla de manera multilateral. Para esto se requiere del esfuerzo de todos para derrotarla. En el caso puntual de la Unión Europea, hay un poco más de experiencia y recursos; pero en América Latina, al contrario, se requieren mayores esfuerzos pues de lo contrario se dispararán, entre otros, los índices de pobreza y miseria en la región.

Bogotá Noviembre 14, 2020 El Nuevo Siglo

The Donald è sconfitto ma il “trumpismo” resta @fattoquotidiano

Liquidata la Presidenza Trump, ma con molte apprensioni per quelli che saranno i suoi velenosi colpi di coda, è più che opportuno riflettere sul trumpismo. Donald Trump è il produttore del trumpismo oppure a produrre Trump e la sua presidenza è stato un grosso onnicomprensivo grumo di elementi già presenti nella politica e nella società USA? Settantun milioni di elettori, nove milioni più del 2016, segnalano che Trump non era un marziano, un misterioso ittito (che occupa l’Egitto/Casa Bianca senza lasciare nessuna traccia), un fenomeno (sì, nel doppio significato) passeggero. Esistono alcuni elementi del “credo americano”, come identificati dal grande sociologo politico Seymour M. Lipset, che costituiscono lo zoccolo duro del trumpismo: l’individualismo, il populismo e il laissez-faire che interpreto e preciso come insofferenza alle regole -per esempio, a quelle che servono a limitare i contagi da Covid. A questi è più che necessario aggiungere un elemento ricorrente: l’aggressione alla politica che si fa a Washington (swamp/palude nella terminologia di Trump) e un elemento sottovalutato e rimosso (anche viceversa): il razzismo. Con tutti i suoi molti pregi, il movimento Black Lives Matter non può non apparire come una risposta di mobilitazione importante, ma tardiva. Le uccisioni di uomini e donne di colore continuano e misure per porre fine alla “brutalità” della polizia sono, da un lato, inadeguate, dall’altro, contrastate da Trump, ma anche dal trumpismo profondo.

    La critica sferzante, di stampo populista, alla politica di Washington ha radici profondissime che probabilmente non saranno mai estirpate del tutto. La sua versione contemporanea, che non è stata sufficientemente contrastata, trovò espressione nella famosa frase del Presidente repubblicano Ronald Reagan: “Il governo non è la soluzione; il governo è il problema”. Il terreno favorevole all’innesto e alla espansione del trumpismo è stato abbondantemente concimato dal Tea Party Movement e dagli evangelici. Il primo ha, da un lato, formulato una concezione estrema della libertà individuale per ottenere uno Stato minimo che, naturalmente, non deve in nessun modo intervenire nelle dinamiche sociali, per chiarire: né affirmative action né riforma sanitaria. Dall’altro, ha usato della sua disciplina e del suo potere di ricatto sia nelle primarie repubblicane sia nei collegi uninominali per spostare a destra, radicalizzare il Partito repubblicano nel suo complesso. Dal canto loro, le potenti e ricche confessioni religiose evangeliche hanno provveduto a finanziare le campagne elettorali di un molto grande numero di candidati ottenendone in cambio i loro voti al Congresso, non da ultimo per la conferma dei giudici nominati da Trump. Nominati a vita questi giudici sono in grado di garantire per almeno trent’anni che nella Corte ci sarà una maggioranza conservatrice misogina, indifferente alle diseguaglianze dei neri, contraria a politiche sociali. Le molte centinaia di giudici federali nominati da Trump (molti altri probabilmente riuscirà a nominarne nella frenesia dei suoi ultimi giorni alla Casa Bianca) faranno il resto del lavoro, cioè perpetueranno il trumpismo.    Da idee diffuse nel vasto campo trumpista sono discese le politiche di Trump: ambiente, commercio, sanità. Soltanto in parte, però, politiche diverse ad opera del Presidente Biden saranno in grado di incidere sul nucleo forte, sul core del trumpismo. Non è soltanto che nella sua lunga carriera politica Biden non ha proceduto a particolari innovazioni. È che, come gli hanno rimproverato i suoi avversari politici nelle primarie, a cominciare proprio dalla sua Vice-presidente Kamala Harris, la moderazione spesso finiva per mantenere lo status quo o per fare qualche piccolo passo inadeguato, come per quel che riguarda la condizione dei neri e, in parte, delle donne. Non voglio arrivare fino a sostenere che in Biden si annida una componente di trumpismo soft. Sono, però, convinto che non pochi cittadini-elettori democratici pensino che l’individualismo è ottima cosa, che il governo non deve svolgere troppe azioni troppo incisive, che una volta eletti i rappresentanti non si occupano più di gente come loro. Questi sono timori condivisi anche dai commentatori USA progressisti (ad esempio, gli eccellenti collaboratori della Brookings Brief). Da parte mia, non vedo neppure fra gli intellettuali più autorevoli l’inizio di una riflessione su una cultura politica che travolga trumpismo e trumpisti dando una nuova anima agli USA.

Pubblicato il 10 novembre 2020 su il Fatto Quotidiano

Trump lascerà la Casa Bianca ma il trumpismo non finirà. I democratici riusciranno a contrastarlo culturalmente esprimendo un’altra idea di America? #USA2020

Attingendo a piene mani dai quotidiani USA, i commentatori italiani hanno detto (quasi) tutto, ma certo non “di più” (e non meglio). Adesso, si esibiscono sul trumpismo, cos’è, cosa rimarrà. È il prodotto di una (in)cultura politica che comincia con Ronald Reagan e i suoi collaboratori. Trump gli ha dato la forma peggiore, destinata a durare, non più a vincere, se i democratici sapranno rinnovare la cultura politica USA liberandosi delle fettine di trumpismo al loro interno.

Contare i voti, salvare l’anima degli USA

Almeno una previsione pre-elettorale è risultata corretta: il conteggio dei voti per l’elezione presidenziale USA è in effetti già molto lungo e angosciante. Entrambi i candidati si sono frettolosamente dichiarati vincitori. Trump ha addirittura sottolineato di avere vinto “alla grande” aggiungendo che stanno cercando di rubargli la vittoria e preannunciando un ricorso alla Corte Suprema dove, grazie ai tre giudici da lui stesso nominati, gode di una maggioranza confortevole. La situazione è delicatissima poiché riguarda le condizioni della democrazia negli Stati Uniti e, da non dimenticare, le sue possibili conseguenze sul resto del mondo.

   Sarebbe sbagliato attribuire all’intero sistema istituzionale della Repubblica presidenziale gli inconvenienti elettorali e i problemi politici ai quali stiamo assistendo con grande preoccupazione. Le modalità con le quali votare, ad esempio, il voto postale, e i tempi e i modi del conteggio sono determinati dagli Stati. Questa è una delle implicazioni del federalismo che consente una varietà di soluzioni fino a quando non sarà una legge federale a stabilire l’uniformità. Qui sta il problema politico poiché i repubblicani dispongono tuttora di maggioranze nelle assemblee rappresentative di trentacinque stati su cinquanta. Quindi, si opporranno a qualsiasi richiesta di uniformità nella legislazione elettorale.

   Vinca oppure no Trump non avrà comunque ottenuto, come nel 2016, una maggioranza del voto popolare. Continueranno ad essere i Grandi Elettori designati in ciascuno degli Stati a decidere il vincitore. Anche questa è una conseguenza del federalismo. Per rassicurare gli Stati piccoli in termini di popolazione che non sarebbero stati schiacciati dagli Stati grandi i Costituenti sancirono che vincere la Presidenza avrebbe richiesto una convergenza fra più Stati e che i piccoli non sarebbero risultati emarginati. Soltanto con un emendamento alla Costituzione si potrebbe stabilire l’elezione popolare diretta del Presidente, ma qualsiasi emendamento costituzionale richiede l’approvazione ad opera di tre quarti delle assemblee statali, un quorum irraggiungibile per i democratici.

   Ciò detto, l’elemento politico più importante per spiegare il (cattivo) funzionamento della democrazia USA è rappresentato dalla radicalizzazione a destra del Partito repubblicano da più di vent’anni. Consapevoli di essere oramai diventati minoranza nel paese, ma non negli Stati del Sud e, in parte, del Midwest, difendono con le unghie e con i denti le loro posizioni. Disciplinatamente e senza nessuna concessione, approfittando dell’eterogeneità dei Democratici, sono finora riusciti ad esercitare un potere sproporzionato. Conquistata la Corte Suprema per un lungo periodo di tempo poiché i giudici rimangono in carica a vita, i repubblicani potranno cancellare la riforma sanitaria di Obama e rendere praticamente impossibile l’interruzione della gravidanza. La posta in gioco dell’esasperante conteggio di qualche milione di voti già difficoltosamente espressi è l’anima della società americana.

Pubblicato AGL il 5 novembre 2020

La sfida tra due uomini bianchi dipende dalle minoranze @DomaniGiornale

No, non è una elezione come le altre quella in corso per la Presidenza degli USA nei prossimi quattro anni. Neanche nel 2016 possiamo dire, certo con molto senno di poi, fu un’elezione come le altre: per la prima volta una donna politica con grande esperienza e competenza che cercava di sfondare il soffitto di cristallo contro un ricco immobiliarista che non aveva mai avuto cariche amministrative e di governo. L’esito segnalò qualcosa di molto profondo che praticamente nessuno degli analisti aveva previamente individuato e che andava contro la tutte le interpretazioni e valutazioni allora diffuse e prevalenti della politica e della società americana. Ne seguì in alcune sedi, naturalmente soprattutto quelle democratiche e progressiste, un agonizing reappraisal, un ripensamento molto doloroso (ma, a mio modo di vedere, non ancora sufficiente) reso ancor più necessario dalla presa d’atto della persistenza di un razzismo strisciante. Troppe volte in troppi luoghi Black lives do not matter.

Nelle e con le elezioni una società ha modo di farsi rappresentare, ma anche di rappresentarsi con le sue preferenze, le sue esigenze, le sue aspettative, persino le sue pulsioni emotive dei più vari tipi: paure e speranze, rancori e risentimenti, rivalsa. Nelle elezioni presidenziali USA del 2016, alcune decine di migliaia di uomini bianchi negli Stati del Michigan, della Pennsylvania, del Wisconsin, caratterizzati da un basso livello di istruzione e da occupazioni non prestigiose né ben remunerate, che si consideravano messi da parte e sbeffeggiati da quelle che temevano essere le tendenze culturali in corso, furono decisivi per consegnare la vittoria a Trump. Quell’uomo bianco molto noto e ricco, sprezzante del politically correct e ostile a qualsiasi variante del multiculturalismo, certamente in contrasto con le élites, anche quelle del Partito Repubblicano, li rappresentava meglio di una donna troppo intelligente, troppo colta, troppo elitaria, esponente di un mondo che li escludeva (e li “deplorava”, deplorables la parola infelicemente pronunciata da Hillary Clinton). Quella donna, da troppo tempo nelle stanze del potere, fu percepita anche da una parte non piccola proprio delle donne come distante dal loro mondo, dalle loro preoccupazioni, dalla loro vita.

Oggi, praticamente tutti i sondaggi convergono nel notare che la situazione è, in parte, in quanta parte rimane difficile valutare, cambiata, proprio a cominciare dalle donne di tutti i colori, soprattutto bianche. Il “mondo” politico-elettorale di Trump sembra, anche fra gli uomini bianchi anziani, forse a causa della deliberata sottovalutazione del Covid da parte di Trump, avere perso qualche pezzo. Quanto decisivo lo diranno i dati duri dell’affluenza alle urne e dei voti espressi. Quei voti serviranno a rispondere in maniera fondata alla domanda “cosa è cambiato dal 2016 al 2020?”. La grande maggioranza degli analisti USA sostiene che, dal punto di vista sociologico (che include anche le appartenenze religiose) l’elettorato di Trump non è praticamente cambiato. Però, se ne possono essere distaccati elettori delusi senza che i nuovi eventuali elettori, galvanizzati, ad esempio, dalla nomina alla Corte Suprema di una giudice fortemente conservatrice e dalle politiche anti-immigrazione dei Latinos, siano sufficienti a colmare il vuoto lasciato da coloro che hanno abbandonato Trump.

   La fortissima polarizzazione della campagna elettorale fra due uomini bianchi ultra settantenni (appare distantissima l’elezione del 2008 quando un poco più che quarantenne neo-senatore di colore sembrò aprire un’epoca di grande rinnovamento) ha già avuto come effetto un aumento considerevole dei votanti. Alcuni attribuiscono questo aumento, non agli uomini bianchi, già abituati a frequentare i seggi, ma soprattutto al più ampio coinvolgimento delle minorities, vale a dire, i neri e i latinos (ma, talvolta, persino le donne, a prescindere dal colore e dalla provenienza, vengono collocate fra le “minoranze”). Le proiezioni demografiche segnalano da tempo che grosso modo a metà di questo decennio, i WASP, White Anglo-Saxon Protestant, diventeranno una minoranza, grande, ma sovrastata numericamente dai non anglosassoni, non protestanti. Se non ci saranno intoppi e inciampi nel conteggio dei voti potrebbe succedere che già nella giornata del 4 novembre le minorities scopriranno di essere state decisive nell’avere vinto la battaglia per “l’anima della nazione” (il motto della campagna di Biden) mandando alla Casa bianca un WASP moderato ultrasettantenne al quale spetterà di sovrintendere ad un passaggio epocale nella politica degli USA.

Pubblicato il 3 novembre 2020 su Domani

Chi ha vinto davvero nei dibattiti tra Trump e Biden per le presidenziali Usa 2020

Due vincitrici nei dibattiti presidenziali e vice: le giornaliste intervistatrici Kristen Welker e Susan Page. Ieri, Welker ha fatto molto meglio del suo collega Chris Wallace perché poteva spegnere il microfono di quel prevaricatore di Trump. I sondaggi post-dibattito dicono che Biden rimane largamente in testa, anche negli Stati che diedero la vittoria a Trump. In attesa di un improbabile evento cruciale, che negli USA è definito game changer, è probabile che i Democratici si stiano preparando per scongiurarlo. Con il suo nervosismo Trump dice che non sa come trovarlo.